lunes, 4 de noviembre de 2013

Agua. Azul.

Todo empezó cuando los charcos inundaron las aceras una tarde cualquiera de noviembre, entre tanta gente asustada por el simple hecho de notar agua sobre sus cabezas,  no pude pensar que aquel comportamiento resultaba absolutamente absurdo. Me refiero al comportamiento social cuando la lluvia libera sus ansias de libertad al estar tanto tiempo encerradas en inestables nubes que se mueven de un lado a otro del mundo. Cuando las gotas caen y chocan contra los que les ha tocado caer, comienza la revolución.
A cualquiera le puede tocar, cualquiera puede ser testigo del principio, ser cónyuge de esas silenciosas e inesperadas primeras pruebas de que la precipitación…está al acecho. En este periodo, nadie se inmuta, al contrario, se limita a decir:
-Uy, va a llover.
Punto y final. Que ingenuos si creemos que ese es el final, que ahí se acaba la cosa, no, la estupidez humana va más allá, más lejos de un inocente y obvio comentario. Si la lluvia empieza, la gente se vuelve loca, loquísima, tonta, tontísima. Comienzan a ponerse cualquier objeto inverosímil sobre sus cabezas, ya sea algo lógico como una capucha o algo más incoherente como una mano, una bolsa, un…vamos, lo que sea, porque seguro que más de una vez has visto a una persona cubrirse con algo inhóspito. El caso en este relato no es ese, yo he venido a hablaros de ella.
Cuando los charcos inundaron las aceras y mis zapatillas se empaparon por aquella agua acorralada en terreno estatal, me entraron deseos repentinos de llegar a mi piso y poder darme un baño caliente que hiciera desaparecer el frío que estaba obstinado en calar en mis huesos, ahí, de camino a mi espacioso pero sin vida hogar, con la cabeza fija en el suelo, fue cuando pude fijarme en unas deportivas exactamente iguales a las mías…Bueno, no del todo idénticas ya que estas tenían diversos garabatos aquí y allá. Pero el modelo era el mismo, el color; el mismo, el desgaste; el mismo…y lo menos importante y curioso de todo, estaban igual de sucias. 
Al azar la vista me hallé con una llamativa y ondulada melena morada que parecía enredarse entre las incansables gotas de agua que resbalaban por las olas que formaban sus mechones púrpuras. “Que pelo tan extraño “pensé sin darle mayor importancia. Aunque ese color hacía resaltar su pálido y empapado rostro, sin duda, repleto de las típicas marcas de la tez con las que todas las mujeres son premiadas pero que en cambio no son perceptibles a no ser que estén ausentas de maquillaje. Pecas, también había pecas, pero casi transparentes y no muy numerosas, más bien escasas.  Sus ojos…pues eran normales, muy comunes, marrones. No puedo decir nada fascinante de ellos puesto que no se me da bien magnificar lo irrelevante, solo describo la realidad y en este caso, eran unos ojos marrones rodeados por una extensa llanura de color negro, sombra de ojos. Me sorprendió que no se formaran ríos del mismo tono por su cara, puesto que el maquillaje al reaccionar con agua, tiene esa tendencia. Pero por suerte, no fue así, se quedó en su sitio, muy quieto y en silencio. A juego con sus labios, negros, muy quietos  y en silencio. En su cuello, dos collares, uno pegado a la piel y otro suelto.
Así nos quedamos, mirándonos sin esplendor alguno, juzgando el aspecto del otro, hasta que me señaló con una de sus gigantes e interminables mangas de su chaqueta de algodón grisácea.
-Tú… ¡Que feo te has vuelto!
 “¿Se puede saber…de qué iba esta niña?” Pero no dije eso.
-Deberías tenerme respeto, tengo 28 años.
-Quien lo diría, pareces muuuuucho más mayor.
“Pero qué coño…”
-Encantado de no haber entablado conversación contigo. Espero no acordarme de ti.
-¡Espera! –pronunció en voz alta agarrándome del abrigo con la total convicción de que pudiera detenerme. Al girar, pude vislumbrar en su brazo un sencillo pero extenso tatuaje de una cruz ampliamente decorada. No me importaba lo más mínimo. - ¿No te acuerdas de mí?
-No.
-Ambos hemos cambiado mucho en lo que aspecto se refiere, es algo que a la vista está –comentó con una sonrisa más bien tímida que en mí ya no hizo efecto tras haber cruzado palabra. –Ahora tienes una espesa barba que te cubre prácticamente todo y yo…he adoptado otro tipo de vestimenta. Pero soy la misma ¡Lo prometo!
-Comprendo. –afirmé liberándome de sus pequeñas manos que pretendían retenerme.
-Soy Azul  ¿No me recuerdas?
-¿Azul?
-La misma –asintió repetidas veces de forma incansable- Esa, esa.
-Deberías explicarte mejor.
-Te voy a dar mi número de teléfono –dijo mientras de su bolsillo sacaba un rotulador negro con fuerte pestilencia a tinta permanente- Cuando me recuerdes, avísame.  Y me refiero a cuando te acuerdes de este encuentro puesto que nunca antes nos hemos visto.
-¿No estabas diciendo…?
-De no haberte dicho tales comentarios, esta visita hubiera sido invisible a la memoria ¿no crees? Lo dicho, un placer.
Tal como acudió, se fue. Corriendo bajo la lluvia en busca de un refugio público llamado autobús.

Esa joven estaba totalmente loca, tal y como anuncié al principio de este relato, la lluvia enloquece a las personas y en este caso no iba a ser menos…Lo peor fue cuando me di cuenta de que no solo ella había caído víctima de la demencia, si no que el agua que había traído aquel pelo violeta pegado a su pequeño cuerpo, también logró convencerme de que yo mismo estaba loco, loquísimo y tonto, tontísimo al desear llamarla y dar el siguiente paso.  

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