Como cada año en esas fechas, todos los gánster de la ciudad
recibíamos una invitación a la fiesta benéfica a la que irónicamente acudíamos
a recoger premios de agradecimiento por nuestra ayuda a la sociedad.
Una alfombra roja protegida con postes unidos por terciopelo
rojo, daba la bienvenida a los asistentes ataviados con gigantescos abrigos de
pieles que quedarían guardados nada más entrar al recinto. Únicamente quedarían
recordados en las fotos que la prensa creaba de forma insaciable con flashes
cegadores, soñando con que fueran sus fotogramas los que ocuparan las portadas
de cada periódico a la mañana siguiente.
Entre voces que se interponían, la música de una orquesta a
un lado de la mesas, corruptos fumadores que conseguían hacer el aire gris y
acompañantes que lucían orgullosas sus vestidos hasta las rodillas de costosas
telas, estaba yo.
Tomé el asiento que me habían reservado, saludando a aquellos a los que me era políticamente imprescindible teniendo en cuenta los negocios en los que trabajábamos. Al parecer, había pasado demasiado tiempo desde que dejé de preocuparme por mi aspecto desde que lo dejamos, al verles, tenía la completa seguridad que llevaban horas arreglándose en busca de sentirse más millonarios o hermosas que el de al lado. Y más tarde, me puse a esperar a que la gala comenzara en una de esas mesas redondas que se multiplicaban alrededor, parecía ser que solo tenía un compañero a mi lado el cual no había visto antes y con el que no pretendía cruzar palabra, el resto de sillas seguían a la espera de que llegara aquel que debía ocuparlas. No me molesté en leer las etiquetas que anunciaban quienes serían estas personas, puesto que mi presencia era solo física y no tenía la finalidad de ser lo más agradable posible.
Tomé el asiento que me habían reservado, saludando a aquellos a los que me era políticamente imprescindible teniendo en cuenta los negocios en los que trabajábamos. Al parecer, había pasado demasiado tiempo desde que dejé de preocuparme por mi aspecto desde que lo dejamos, al verles, tenía la completa seguridad que llevaban horas arreglándose en busca de sentirse más millonarios o hermosas que el de al lado. Y más tarde, me puse a esperar a que la gala comenzara en una de esas mesas redondas que se multiplicaban alrededor, parecía ser que solo tenía un compañero a mi lado el cual no había visto antes y con el que no pretendía cruzar palabra, el resto de sillas seguían a la espera de que llegara aquel que debía ocuparlas. No me molesté en leer las etiquetas que anunciaban quienes serían estas personas, puesto que mi presencia era solo física y no tenía la finalidad de ser lo más agradable posible.
Fue entonces cuando te volví a ver tras dos años en los que
no había tenido más referencias de ti que las de mi mente recordándote todo
este tiempo. Junto a uno de los peces más gordos de la ciudad presumiendo que
tu belleza era actualmente de su propiedad. No quería presenciar nada más por
el momento, de modo que aparté la mirada para que no me encontrases entre aquel
cúmulo de gente entre los que no ver tu rostro sería la menor de mis
preocupaciones. Intenté acaparar mi concentración en cualquier cosa que me
hiciera olvidar lo evidente, esas etiquetas de mi mesa con nombres que
anunciaban quienes serían los presentes más próximos en lo que deseaba que
fuera las más cortas de las veladas, pero no logré el éxito. El ruido de tus
tacones al caminar era tan inconfundible para mí que parecía que cada vez
estuvieras más cerca, y lo estabas. Tu voz hizo acto de presencia segundos más
tarde, realizando un susurro frío a modo de saludo a las dos únicas personas
que estábamos en aquella mesa. Escrito con tinta negra y una perfecta
caligrafía, el papel blanco que tenía escrito tu nombre fue retirado a cambio
de que fueras tú quien ocupara su asiento. Admito que al principio mi única
ambición era volver a verte nuevamente, pero lo cierto era que meses después mi
fin era el conseguir olvidarte definitivamente y para ello, contemplarte no
entraba en mi cuadro de reparación.
Tras las palabras cruzadas con los que allí me hablaban y con los que me vi en obligación de conversar de temas irrelevantes, comenzaron los discursos que requerían el silencio del gentío. Con más de la mitad de las luces apagadas y un par de velas encendidas por mesa, pude aprovechar para rendirme a lo que realmente llevaba dominando desde hace horas; mirarte. A día de hoy, sigo sin poder negar que estabas igual de radiante de lo que te recordaba, con tu pelo negro por encima de lo hombros perfectamente colocado en ondas. Comenzaron a aplaudir y yo con ellos a pesar de que no sabía el motivo, en cambio tú continuabas inmóvil, limitándote a asentir levemente ante el comentario puntual de tu acompañante. Seguí observándote entre aplausos, una sonrisa fugaz dibujó tus labios rojos manchados de carmín e hizo que sonriera amargamente de forma inconsciente, sabías perfectamente que te estaba mirando, razón por la que no te atrevías a levantar la vista hacia mí. Sabías perfectamente que mis ojos hablaban de mi absoluta derrota contra ti, que necesitaba tu regreso y no tu sentimiento de culpabilidad. Sabías perfectamente que al mirarte, no puedo fingir lo patético en lo que me ha convertido tu ausencia.
Tras las palabras cruzadas con los que allí me hablaban y con los que me vi en obligación de conversar de temas irrelevantes, comenzaron los discursos que requerían el silencio del gentío. Con más de la mitad de las luces apagadas y un par de velas encendidas por mesa, pude aprovechar para rendirme a lo que realmente llevaba dominando desde hace horas; mirarte. A día de hoy, sigo sin poder negar que estabas igual de radiante de lo que te recordaba, con tu pelo negro por encima de lo hombros perfectamente colocado en ondas. Comenzaron a aplaudir y yo con ellos a pesar de que no sabía el motivo, en cambio tú continuabas inmóvil, limitándote a asentir levemente ante el comentario puntual de tu acompañante. Seguí observándote entre aplausos, una sonrisa fugaz dibujó tus labios rojos manchados de carmín e hizo que sonriera amargamente de forma inconsciente, sabías perfectamente que te estaba mirando, razón por la que no te atrevías a levantar la vista hacia mí. Sabías perfectamente que mis ojos hablaban de mi absoluta derrota contra ti, que necesitaba tu regreso y no tu sentimiento de culpabilidad. Sabías perfectamente que al mirarte, no puedo fingir lo patético en lo que me ha convertido tu ausencia.