martes, 5 de mayo de 2015

El cuento de la profecía

Duerme mi princesa, duerme. Con el sonido de la música llegarás bella e inerte allá donde nadie puede dañarte.

Duerme mi princesa, duerme. Tus cabellos castaños acariciarán tu rostro mientras nadas al mundo de las sombras.

Duerme mi princesa, duerme. No dejes que la bestia te encuentre, falta poco para su gran despertar.

Duerme mi princesa, duerme. Puede que para entonces, las flores hayan vuelto a florecer”

Recuerdo la primavera en palacio. Mis jardines, infinitas alfombras de la naturaleza, brillando con la luz del sol recién levantado tras la siesta del invierno con su hermosura extendiéndose fuera de los límites del reino. Recuerdo los festivales y los bailes. La sonrisa de mi padre invitándome al sublime arte de la danza con la melodiosa armonía de la orquesta y la alegría de mi pueblo estallando sobre mi cabeza, haciendo latir nuestros corazones con la fuerza entusiasta de sus aplausos. Recuerdo el suave mecer de la lavanda cubriendo los campos y el lento crecer de las cosechas. El suculento olor a jazmín arrullando las cortinas al mediodía y la delicadeza de los tulipanes surcando la tierra. Evoco todos estos momentos antes de dormir y sin embargo, sólo uno me despierta.  

El susurro de una voz, cantando para mí en lo más profundo de la oscuridad.

Esta es la historia del origen en una época sin nombre ni tiempo. En un pasado que habita espiritoso sobre el espacio, entre la magia de la mitología y la heroicidad de las leyendas. Un relato rodeado de híbridos que no siempre son lo que parecen y ambiciones que nunca llegaron a ser confesadas. Esta, queridos míos, es una historia tan fantástica, que llegó a ser confundida con un sueño.

Si tuviéramos que escoger un comienzo, ese sería la antesala al término. La noche  en el que la princesa Lianni cumplió su decimo cuarto cumpleaños. Cuando la madurez decidió visitar sus muslos en forma de escuálido riachuelo escarlata marcándola para siempre iniciando así una inevitable cuenta atrás que tardaría poco en desenmascarar su fatídica consumación. En aquella cálida y agradable noche, las ramas bailaban tras el ventanal  de la damisela unas con otras a ritmo ligero. Las hojas, sapientes de lo que no tardaría en ocurrir, comenzaron a teñir sus vestidos con el color del otoño, lanzándose al vacío con el paso del viento. El aire lucía una brisa nerviosa, tartamudeaba susurros de advertencia que nunca llegaron a oídos de la infanta, pues su sueño era demasiado insondable como para ser interrumpido. Un titilante cántico la llamaba desde la lejanía, el sonido más hermoso que jamás pudo ser definido por mortales  la retenía en el inframundo de Morfeo. Y mientras, en el mundo de la superficie, la princesa se retorcía entre sus sábanas de seda, como un pez sobre la hierba deseando regresar a su hábitat. El sudor comenzó a recorrer su silueta sedienta de respuestas y en su fantasía comenzó a distinguir el centelleo de un reflejo esmeralda que la reclamaba con la belleza de los dioses. Cada vez más alto, cada vez más cerca. Ya casi podía distinguir las palabras que le estaba dedicando aquella deliciosa voz con complejo de ángel. Era…un lamento.

La madera crujió de manera estruendosa contra la pared, el cristal tembló por un instante y el aire invadió la alcoba real como el oxígeno en un pulmón recién salido del mar. Tras la irrupción de sonido en el lecho, un gélido aliento acarició los labios de su majestad al despertar aquella noche, cubierta con el manto de un pánico absoluto, parpadeó buscando cual de los dos escenarios era el innegable y cual el de utopía. El aturdimiento se diluía lentamente a la par que el miedo, un escalofrío apabullante saboreó todo su cuerpo. Sólo un sueño, tan real como la vida y la muerte. Si cerraba los ojos, quizás podría regresar, una eternidad sin aquel ser era una existencia sin alma. No obstante, cuando volvió a despertar, la luz de la gracia de Dios cubría el dosel de su camastro.

-Es hora de despertar, mi señora. Es de día.

Los rayos del albor comenzaron a corretear por la sala tras la invitación de la nodriza. Lentamente, con la picardía dibujada en la claridad de sus reflejos, desvelaron a la princesa antes incluso de llegar a su barbilla. Cada objeto comenzó a colorearse entre luces y sombras, incluso la palidez de la joven se vio dotada de relativa viveza, la cual, sin decir nada, dejó que su querida tata se sentara junto a ella en busca de una explicación ante aquella mirada silenciosa.

-¿Qué le preocupa al más bello de mis retoños?

 La muchacha cogió la mano amiga con una tenue sonrisa. Su melena cobriza brillaba suave y cuidada hasta enredarse entre las mantas contrastando con el pelo plateado y recogido de la niñera. A veces la inquietaba que tan sólo con un gesto leyera sus perturbaciones internas, era  inquietante tan exquisita precisión por parte de alguien con quien no compartía sangre. Su amada matrona conocía perfectamente el lenguaje de sus ojos y a pesar de su intento por ocultarle sus peores augurios, sus esfuerzos resultaron ser en vano.

-Querida tata, sabes bien de mi amor por la batalla. Al tanto estás de mis entrenamientos en el arte de la espada, entendida eres en mis pasiones y sabes al igual que yo, que esta no es un simple capricho.

-No es un secreto la oposición de los reyes al respecto. A pesar de su gracia en semejante baile.

Se alzó la heredera dándole la espalda a su siempre apegada cómplice, tras un paciente y tenso suspiro, permaneció callada largo rato, buscando la manera de comenzar al fin lo que tanto le estaba costando mientras caminaba sin rodeos hasta el ventanal. Percibió el apacible céfiro al asomarse y se empapó de toda esa paleta de colores anaranjados y rojizos que desglosaba su venerada floresta. La estación en la que los árboles se desnudan estaba por terminar y tras ella, otra llegaría. Su corazón empezó a moverse como un ruiseñor en pleno apogeo.

-Hiems se acerca, también sabes eso.

Ninguna de las dos hizo acopio de movimiento tras aquella oración que más que oración parecía consigna obligatoria. El mutismo hizo acto de presencia en la garganta de su vieja ama de llaves, sentía el ansioso miramiento que le estaba dedicando desde la cama.

-Ese no es un tema que debierais mencionar, mi señora

Lianni giró lacónicamente el semblante, su criandera miraba para otro lado evitando lo que su niña estaba a punto de confesar. Mantenía la esperanza de que sus malos presagios no fueran a hacerse realidad.

-Mi pueblo teme la llegada del invierno. Cada vez es más frío y duradero, más gélido y crudo. Cada año mueren más personas, las reservas se agotan, las cosechas se estropean por culpa del hielo que nos abraza con la llegada de la luna. Tata, tú comprendes la agonía de mi familia al ver su reino así, un reino que se muere enterrado en la nieve, que reza a los dioses el retorno de una primavera que cada año tarda más en regresar ¿Pretendes que haga caso omiso a la llegada de Él?

-Hiems no es asunto nuestro, mi majestad. Ni suyo, ni mío, ni de nadie. Él es su propio asunto. Un caso que sobrepasa nuestras posibilidades.

-¿De veras lo crees así? -La princesa echó la vista a un lado, deteniendo la perspectiva en uno de sus bienes más preciados: su armadura- Conoces la profecía, fuiste tú quien me la contó de pequeña.

La destinataria ignoró por completo semejante provocación, irritada, se levantó de la camera andando a paso ligero hacia la puerta, apresando el pomo entre sus dedos, conteniendo las ganas de cortar de raíz la bravata.

-Cuentos para críos, sandeces que narramos todas las nodrizas alguna vez. 

Y sin más dilación, marchó. Sin siquiera escuchar lo que la joven tenía que decirle. Lianni ensanchó su pecho al coger aire, sus emociones eran contradictorias, entre alivio y rabia. Si bien la conversación había tenido fin dejándola con la palabra en la boca, ninguna de las dos pudo quitar de sus mentes la presencia de Hiems y la remembranza del dicho popular que tanto habían memorizado como si de una novela se tratara, por mucho que su tata quisiera disimularlo, ambas sospechaban que aquel vaticinio escondía más que fantasía entre sus líneas.

El dragón del invierno, ningún humano vivo o muerto dudaba de su existencia. La historia de Hiems era el relato de la nieve y el frío. La bestia con aliento de escarcha, el monstruo que vivía en la cima del mundo, rodeado de icebergs y glaciares. Al sitio llegó cuando en éste sólo había agua y su primer sueño llegó a ser tan duradero que al despertar, sus ronquidos convirtieron el océano de alrededor en enormes bloques de hielo imposibles de derretir. En un comienzo, era inofensivo, se alimentaba de las especies a las que sin darse cuenta había congelado y poco a poco, la soledad creció en su interior como un agujero negro sediento de galaxias. No obstante, nada de esto le importó, su alma guardaba el anhelo de una única pérdida en el pasado y el dolor era tan intenso que sus lágrimas caían cada anochecer en forma de témpanos que desgarraban el suelo como garras de acero, haciendo brotar el agua escarchada con la fuerza de las olas. Olas que lo acunaban hasta obligarle a descansar nuevamente en su moisés gélido y blanco. Incontables atardeceres se sucedieron uno tras otro hasta que se tornaron infinitos y la melancolía del dragón del invierno cada vez era más y más destructiva. Construía mareas que arrastraban monolitos helados a través de los mares y un día, la nostalgia se volvió cólera. El origen de su búsqueda, el nacimiento de la leyenda de Hiems, el dragón del frío. Sus alas ondearon con furia las nubes tupiendo el cielo de allá donde pasaba, volaba los reinos escudriñando sus tierras, con la esperanza de encontrar aquello que había perdido hace mucho, dejando con su aliento la estación del invierno. Recorría la totalidad de los continentes helando los campos y transformando la lluvia en nieve. 365 días tardaba en dar la vuelta al mundo y una vez acabado el recorrido reanudaba la senda cíclicamente. Cada vez que el frío regresaba, sabían de la llegada de Hiems y de su misteriosa búsqueda. Y así, con esta verdad en sus carnes, fue como brotaron los rumores de un guerrero que liberaría a la humanidad de semejante engendro que los castigaba sin motivo cada año. Un guerrero que derrotaría al dragón, la eterna batalla de David contra Goliat, el esperado milagro. El surgimiento de la profecía más codiciada.

Se asomó al mirador apoyando los brazos sobre mármol impoluto, ya nadie quedaba cuidando las flores ni limpiando el agua de las fuentes. Las hojas se habían acumulado creando montañas de pétalos crujientes del color del barro. Desde pequeña, su belleza había traspasado las puertas de palacio, su gracia y donaire consiguieron ser comentados incluso fuera del país. Todos esperaban de ella grandes hazañas acordes a su género y posición, comprendían que su futuro era sin duda el de ser desposada por un hombre de alta alcurnia. Normalmente por decisión paternal aunque en este caso, los reyes, adoradores de su primogénita, le habían regalado el derecho a decidir siempre y cuando fuera éste un heredero. Lianni nunca puso objeción alguna, conocía suficientemente la historia como para asumirla sin protestar, siempre estuvo dispuesta a obedecer su parte, tan sólo tenía que esperar a enamorarse del  infante adecuado llegado el momento, pero todo se torció cuando aquel susurro rompió el silencio. El mayor de sus deseos se había cumplido al fin. Nunca había podido olvidarlo, a pesar de sus esfuerzos, constantemente creyó que jamás volvería a escuchar el sonido que se llevó en un sueño el romanticismo de sus venas.
El rumor que cubrió su corazón impidiéndole amar para siempre. Hacía años desde que aquel  espejismo la atormentó por vez primera el día de su decimo cuarto cumpleaños, cuando la madre naturaleza le otorgó la madurez convirtiéndola en adulta. Había pasado demasiado tiempo desde entonces y, sin embargo, el recuerdo se mantenía tan intacto como la lucidez de las estrellas.
Ahora esa voz estaba navegando hacia sus oídos con claridad celestial por segunda vez, hasta las nubes parecían deleitarse con semejante divinidad vocal. Cruzaba el ambiente con magia embaucadora, el lamento más sereno que nadie hubiera podido imaginar.

Duerme mi princesa, duerme. Con el sonido de la música llegarás bella e inerte allá donde nadie puede dañarte.

Procedía de las afueras, parecía querer guiarla hasta el origen ¿Acaso era otro sueño que venía a desquiciarla? Corrió al interior de su cuarto dispuesta a salir rápidamente de entre las paredes que la retenían en castillo, antes de que aquel murmuro desapareciera. Cruzó los pasillos y descendió las escaleras hasta llegar a las cuadras. Temía pensar que no pudiera llegar a tiempo, debía conocer a la musa. Montó sin rodeos el primer caballo que divisó y galopando a gran velocidad persiguió el camino indicado. El viento fustigaba su semblante con compasión, se dirigía más allá de la ciudad. Los árboles comenzaron a multiplicarse a medida que se alejaba, con cada trote, se adentraban más y más al bosque sin apenas darse cuenta. Las copas se oscurecían, las ramas se ensanchaban y las sombras se alargaban. Ya quedaba poco, en breves sabría la procedencia de ese canto espiritual que se había dirigido a ella. Una sacudida certera por parte del jinete detuvo al corcel a tiempo. Ambos permanecieron inmóviles vigilando la pradera, la voz se acabada de esfumar. Lianni miró a su alrededor buscando una explicación, confundida y alterada, bajó del lomo del animal notando bajo sus pies la humedad de la hierba.

-Espérame aquí.

La princesa comenzó a caminar con cautela, el calor de su cuerpo era tan intenso que por un segundo llegó a pensar que no podría contener las ganas de huir hasta el río más cercano. Sus latidos crepitaron como cuando una hoguera comienza a arder y su camisón empezó a pegársele a la piel. Un par de pasos más y ante sus ojos pudo ver con nitidez la extensión de un lago negro como el carbón, reflejando en sus aguas la flora de la arboleda. Tiritando con sus ondas, al igual que una respiración entrecortada. En ese sitio, el otoño parecía dormitar entre algodones, lejos, muy lejos de allí. La niebla cubría como un velo los troncos y el césped era tan frío y vivo como la corriente de un manantial. Se acercó un poco más al pantano, estaba convencida de que tenía que hacerlo. La orilla estaba arropada por piedras y raíces que se alimentaban del interior y antes de que pudiera hacer nada más, el susurro volvió acompañado de una figura recién salida del agua. Estaba de espaldas a la infanta, su espalda desnuda estaba vestida con una ondulada y extensa melena de un tono esmeralda más intenso que el de las gemas más preciadas. Pudo vislumbrarla perfectamente, se deslizaba con la bendición de los delfines, cantando para sus adentros en medio de aquel paraje desolador. Acariciada por el soplo de la naturaleza, su hermosura robó el aliento de la princesa. Estaba convencida de que aquella maravilla había planeado el encuentro arrastrándola con su música. Bajo el estanque, destellos multicolores sobresalían junto a la cintura de la desconocida, fijó la vista en ellos, eran extraordinarios. Sintió la necesidad de hablar, presentarse para que el momento no terminara jamás. Ambicionaba poder ver sus rasgos, conocer sus ojos, su boca y sus labios. Quería guardar el sonido de su voz en el lecho de muerte y detener el paso del tiempo a su antojo. Lo quería todo de ella, la quería a ella.

-Acércate, querida. No tengas miedo.

La mística chapoteó hasta el borde haciendo evidente su verdadera naturaleza de sirena, mirándola con sus enormes luceros azabaches al llegar. Un par de esferas ovaladas teñidas con la pintura más oscura de toda la gama posaron su objetivo en la inocente heredera. Sus cabellos verdes y enredados escondían más de un tesoro. Sus manos y su cola, estaban dotadas de membranas viscosas que la ayudaban a bucear con mayor rapidez. En los costados de su cuerpo, se habían formado branquias del tamaño de una anguila recién nacida. Y las escamas se extendían por todo su cuerpo haciendo de ella el ser viviente más inestimable que el sol jamás pudiera haber visto en todos sus amaneceres. La invitada cumplió, rendida al embrujo, apoyó las rodillas sobre la tierra acuosa para colocarse frente a frente. No tenía miedo, tampoco se sentía intimidada. Junto a ella podía notar el impulso para hacer todo aquello que nunca se había atrevido a cumplir, la fuerza de luchar por el poder de mil reinos y la sabiduría de cientos de druidas. Era su nervio y su ímpetu. La sirena también lo sabía, sentía lo mismo. Llevaba mucho tiempo observando a la princesa a escondidas. Las dos sabían lo que conllevaba el amor y, sin embargo, ninguna hizo nada por detenerlo. La princesa que se enamoró de un espíritu del mar estando destinada a un apuesto príncipe. La sirena a la que le robaron el corazón. Ahora serían dos cuerpos sin latidos ¿Se habrá creído la joven el engaño?

“Duerme mi princesa, duerme. Tus cabellos castaños acariciarán tu rostro mientras nadas al mundo de las sombras”

Semanas más tarde, Lianni revivía el encuentro hasta la saciedad. El calendario avanzó sin distorsionar su nueva prioridad más importante. Hasta  la nodriza estaba impactada ante el comportamiento moldeable y obediente de su más rebelde alumna. Cumplía todas las tareas y solamente utilizaba el tiempo libre para blandir las armas en privado. Los reyes, por su parte, también habían notado un ligero cambio en su sucesora. Últimamente era más reacia a hablar sobre el tema de su boda y parecía ausente, como si su mente estuviera ocupada en mundos desconocidos. Era como si le hubieran nacido alas con las que volaba cielos desconocidos a los que nadie más podía llegar. Nunca más intentó encontrarla de nuevo, estaba decidida a esperar lo que la sirena creyera oportuno, podrían pasar horas o quizás años, la princesa la esperaría toda la vida. Iría a su encuentro cuando decidiera volver a cantar. Ya no soñaba con su voz porque ahora su cuerpo era su inspiración. Las hojas cada vez volaban más y más lejos, hasta que una tarde, el ama de crías, sin apenas respiración, abrió de un golpe la puerta haciendo bailar las cortinas del aposento. Tenía el rostro desencajado, como si hubiera avistado una manada de fantasmas peleándose por sus huesos.

-¡Alteza!

La muchacha, al oír tal agonía, corrió a su encuentro protegiéndola entre sus brazos, donde se dejó caer pálida como la nieve más pura de las montañas.

-¿Qué te ocurre, mi más devota amiga?

Las lágrimas brotaban las mejillas de la anciana, las cuencas de sus ojos cubrían de terror el llanto de su tormento. Las palmas le temblaban, sudorosas y resbaladizas. Su cuerpo arrugado parecía más envejecido que nunca. Afuera, el sonido de cientos de armaduras caminando resonaba sincronizado. Todos a la vez dirigiéndose a un mismo lugar.

-¡El dragón! Ha llegado sobrevolando nuestro reino demasiado cerca. Su aliento ha congelado a cientos de ciudadanos –la retahíla se detuvo al instante.

-¿Qué me ocultas, compañera? –preguntó con creciente preocupación.

-Su padre, mi señora… -Lianni negó, negó hasta que su nuca no le permitió más el gesto. Su mirada personalizó el pánico y toda ella esperaba un atisbo de esperanza a aquella oración inacabada- No hay nada que podáis hacer ya por él, alteza. El dragón está matándonos a todos, quiere recuperar lo que lleva tanto tiempo buscando. Creo que alguien lo escondió en este lugar, que está aquí.

La princesa palideció tras aquella tesitura.

-Su corazón…

Corrió huyendo de los guardias que pretendían protegerla. Podía escuchar los ruegos de su criandera por todo el edificio para que se quedara a su lado. Tenía puesta la armadura y en su mano blandía la espada con la que tanto había vivido. Hiems. Había estado entrenándose durante casi toda su vida para aquel esperado desafío, intentó varias veces confesarle a su tata sus intenciones de enfrentarse a él este año cuando viniera a soltar su temible invierno.

 “-Leo en tu alma el tormento de un dragón, amada mía –pronunció el híbrido con certera puntería- No temas, mi princesa, tu destino está junto a él ¿Nunca te has preguntado qué es lo que realmente busca?

Días y días pasaron con la incertidumbre sobre sus hombros, nunca resonó en su cerebro la respuesta ni tampoco un atisbo de claridad. Hasta ahora. Aquel monstruo buscaba con ansias su corazón, el corazón que le fue robado hace miles de años por un ser de exquisita belleza marina. Mantuvo el ritmo persiguiendo el manto helado que el dragón dejaba tras de sí, a pesar de que supiera a la perfección el destino.

Duerme mi princesa, duerme. No dejes que la bestia te encuentre, falta poco para su gran despertar.

Al llegar, el bosque estaba manchado por el color de las perlas. Todo estaba cubierto de hielo y la negrura de la última vez se había tornado clara como la luz de la luna. Los árboles estaban vestidos de escarcha al igual que la hierba del suelo. Las hojas se habían transformado en nieve y ésta se acumulaba creando cordilleras liliputienses. Una lluvia hiriente caía en picado desde el cielo, y de la boca de la consorte salía un vaho abrumador. Insignificante en comparación al aliento que expulsaban las fosas de la bestia. El dragón la miró con diversión, su cuerpo parecía construido por gigantes en un culto a los dioses.
Los dos se observaron con dedicación y respeto mutuo a ser conocedores de un enfrentamiento inevitable.

-He esperado este momento más de lo que piensas, princesa.

La osada voluntad de la joven, hizo que en su lengua se dibujara la amenaza.

-No permitiré que la mates.

El reptil se acercó a ella un poco más con curiosidad. Estaba impaciente, podía describir la tortura que sufría la loable damisela con tan solo olisquearla.

-¿De veras crees que deseo algo tan insignificante como su muerte? –Preguntó soltando una carcajada que dejó una vaporada de humo gélido entre ambos- ¿Acaso piensas que le guardo rencor a esta ruin abominación que robó el fuego de mi corazón? -tras una breve pausa, el dragón zanjó colérico- ¡Debería matarla ahora, ante tus ojos!

El grito resonó cubriendo de nieve la totalidad del bosque. Lianni caminó enfrentándose a la tormenta blanca que se deslizaba por los labios del animal, cayéndose más de una vez, peleando por mantener la movilidad de sus múscu los sin éxito, quedó de rodillas al enemigo con el escudo protegiéndole la cara.

-No le hagas daño, te lo ruego.

Sentía todo el peso del cuerpo anclado al suelo. El frío iba adentrándose en la piel de la doncella cortándole cada milimetro de ser.

-Ya es tarde, mi señora...

-¿Qué queréis decir, flamante animal? 

-Le pedí lo que por derecho me corresponde y no me quiso confesar el escondrijo, pero sé muy bien donde se halla. Ahora ya tengo la respuesta. Sé que lo guardó en un sitio en el que jamás pensó que lo encontraría.

-¡NO!

La princesa chilló desde la nieve al ver las pisadas del dragón dirigiéndose hacia el lago.
El sollozo decoraba sus sonrosadas mejillas, en un hálito de fe, comenzó a rezar oraciones de misericordia. Y antes de que pudiera replicar, con un fuerte estallido, la bestia dejó ver las aguas congeladas en las en el que aguardaba el cadáver de la sirena en un perfecto bloque de hielo, como si de una tumba de cristal se tratara, con su singular belleza retratada para la posteridad. El monstruo sonrió.

-Yo sé donde está mi corazón, la pregunta es ¿lo sabes, tú, princesa?


Sus miradas se retaron a pesar de la agonía.

Esta, queridos amigos, es la historia de la sirena que robó el corazón del dragón y para que la bestia no lo encontrara decidió guardarlo en los pechos de aquellos a los que embrujaba, suplantando el órgano en un hechizo que hacía sumergir a sus víctimas en un sueño fabuloso. Sin embargo, algo falló cuando vió a la princesa, se enamoró. Y a pesar de haber escondido el peligro en el interior de su querida humana, se quedó en este pantano para permanecer a su lado aun sabiendo el riesgo que corrererían. Una con el corazón de fuego, otra rindiéndose a ella.

El dragón exhaló cansado. La princesa ahora helada descansaría al lado de su amada y en su seno, el corazón de
Hiems seguiría latiendo.


"Duerme mi princesa, duerme. Puede que para entonces, las flores hayan vuelto a florecer"