domingo, 27 de julio de 2014

¿Cómo luchar contra las especies que no tienen cuerpo? ¿Cómo matar aquello que no tiene vida?

En la ciudad de luz, la sombra de la noche decidió invadir cada territorio dominado por su majestad blanca. Allí, en las tierras claras que con el paso de los siglos se han convertido en el imperio más imponente del mundo de las cuatro auras, aún se crean plegarias que rememoran cuantas vidas se cobró la guerra para conquistar semejante grandeza terrenal. Saben que pagaron un precio muy alto para conseguir la dominación de la forma más justa posible, que sus ejércitos se alzan con el mismo rugido con el que en los inicios de su formación empuñaron sus espadas y forjaron sus escudos. Y ahora que ya han obtenido aquello por lo que lucharon siglos atrás, ya sólo desean que nadie atraviese las fronteras de la ciudad de luz. Una ciudad inundada por enormes edificios blancos que se acumulan sin descanso sobre las tierras que un día estuvieron dormidas con mantas de barro y piedra. Una ciudad que al divisarla de frente, no tiene fin establecido que la limite. Una ciudad que logró fijarse como reino diplomático en medio de un planeta sin ecuanimidad ni orden para los humanos. La ciudad en la que surgieron los mortales que comenzaron a construir inmensas cimentaciones en las que desarrollar toda clase de comodidades hasta ahora impensables para la especie. La ciudad de la justicia y las leyes para los hombres.

No obstante, el reinado no está obsoleto de amenazas y las estrellas hace tiempo que no brillan en el firmamento.

En los torreones más altos de la ciudad de luz, una decena de vigilantes iluminados con antorchas rezan cada noche a sus respectivas deidades para que las criaturas de la noche pasen de largo una vez más, porque cuando la ciudad se sume en la oscuridad que trae consigo la luna, echando a los intrusos de las calles con sus inquebrantables tinieblas pardas y logrando en cada anochecer la inexpugnable huida de los humanos a sus hogares en busca de protección, no sobreviven escépticos que no teman por su muerte. Pues no hay ningún hombre de la ciudad blanca que no palidezca ante la mención de las criaturas de la noche. Sombras que moran silenciosas llevándose más de una vida por delante en el más impenetrable de los silencios, espíritus que flotan por los vientos mecidos por la brisa clamando sed de venganza, seres que parecen no proceder de este mundo, cuerpos sin vida que arrastran sus pies con hambre feroz e insaciable. Humanos inmortales de colmillos descomunales y belleza inaudita y embriagadora. Vampiros de aspecto grotesco y garras tan viscosas y huesudas que si entran en contacto con alguien, sólo te queda esperar la muerte tras ser víctima de su veneno mortal. Ojos rojos recorren la taciturna noche en la que su ejército noctámbulo languidece esperando su regreso más sanguinolento. Se han oído susurros tras las ventanas y puertas de las viviendas más humildes, muchos han dicho avistar espectros que se deslizan sombríos por las paredes, gritos desgarradores de voces que jamás volverán a escucharse, incluso su majestad blanca se vio obligada a declarar un toque de queda privando de libertad a sus ciudadanos. Y lo cierto es, que estamos en época de paz. Cuando las criaturas de la noche se cansen de divertirse a costa del miedo de los hombres de la ciudad de luz, cuando su ferocidad y sus ansias de poder y supervivencia incrementen su barbarie a límites de la extinción del reino de su majestad blanca, comenzará de nuevo la guerra y con ella, las alianzas.

-Tengo miedo a morir a manos del ejército  oscuro -declaré a la luz de una hoguera mediocre.

Sus ojos, cansados de hacer guardia, miraban al vacío inescrutable de las flamantes llamas que quemaban todas nuestras esperanzas de una vida próspera bajo las tranquilas órdenes de nuestro rey. Daba la sensación de estar desvalido, de ser indiferente ante la idea de la vida o la muerte, parecía no tener esperanza, tenía la corazonada de que si un espíritu se le cruzaba dándole muerte, solamente dejaría caer un suspiro como última voluntad. Tal vez la ilusión se esfumó de sus venas cuando un demonio se llevó consigo a su prometida dejándole completamente al amparo de la soledad. Pensar que era lo más parecido que tenía a un amigo era desolador, pero no menos que lo que dijo cuando abrió sus resecos y cortados labios indiferentes ante mis temores.

-El ejército  oscuro no es el culpable de tu muerte si es que son ellos quienes la provocan.
La muerte es un reloj que corre en nuestra contra, sea cual sea la causa de tu fallecimiento, no culpes al motivo, sino a la vida. Es ella quien se marchita. La muerte sólo te espera.

-No lo entiendes, los hijos de las sombras no tienen piedad. Sabes tan bien como yo lo que son capaces de hacer…-un escalofrío circuló por mi sangre electrificando mi cuerpo- El mal los alimenta de tal manera que pueden sobrevivir sin vida durante la eternidad, no tienen escrúpulos si te interpones en su camino. No son como nosotros. Ellos torturan de modos escalofriantes con tal de entretenerse.

Mantuvo su inerte postura de observar las crepitantes llamas sin inmutarse.

-Entonces no tienes miedo a la muerte, sino al dolor. -declaró alzando su mirada hasta desafiar la mía frente a frente con un vacío aterrador tejiendo sus sentimientos.

-¿Acaso tú no lo tuviste nunca? -respondí levantándome de la roca en la que había estado sentado hasta el momento- ¿Ni siquiera cuando la lucidez dictaminaba tus actos? Puede que actualmente no halles en tu alma temores que logren atemorizarte, pero tú también tuviste miedo a la muerte. Aunque no fuera a la tuya.