jueves, 29 de mayo de 2014

Ojos que no ven, corazón que no siente

  ¿Miedo o misericordia? Pues a día de hoy aún no sé por cual de las dos decantarme. Aquello era un monstruo desconocido por cualquier humano viviente en cualquiera de las eras existentes, más por su incomprensión que por su aspecto.

Hace más de un año desde que acudió nuevamente a mi casa en mitad del bosque. Era una de esas típicas noches en las que el único ruido entre las paredes de madera era el de la hoguera en la chimenea, crepitando incesante para impedir que el viento helado se colase bajo las puertas y ventanas mal construidas. Con un vaso de té hirviendo a un lado y una pesada y elaborada manta sobre mis piernas, se turnaban repetitivas cabezadas que se veían interrumpidas con el choque de mi cabeza contra la nada, en busca de una cálida y esponjosa almohada. Hasta que el pomo terroso y oxidado de mi puerta, se decantó por rendirse al impulso irrefrenable de obedecer a la mano gélida perteneciente al cuerpo que esperaba lánguido algún tipo de respuesta por mi parte. Quise ignorar el sonido que pretendía captar mi atención, no por temor ni mucho menos, el haberse criado en aquella cabaña que cada noche era tragada por las sombras lo curaba de espanto a tan madura edad, más bien era el presentimiento lo que le detenía. Esa intuición casi ancestral que desde los inicios tiene el ser humano cuando algo extraño está a punto de advenirse.
De nuevo volvió la colisión del desgastado  asidero insistiendo en que me desperezase de una maldita vez, y fuera quien fuese quien importunara, Dios sabe que logró su cometido pues entre lamentos y quejas con su nombre sobre mis labios, me dirigí malhumorado hasta la puerta culpándole del grotesco y descomunal frío glacial que me abrasó al separarme del fuego. Pero antes incluso de que mis dedos rozaran las llaves con las que tenía intención de abrir mi solitario hogar, el ser de voz armoniosa me habló, calmando los ánimos con los que iba a dirigirme a él para dar paso a otras emociones igual de preocupantes.

-No abra todavía, pues prefiero que me escuche antes de vislumbrar las penumbras.

Su voz parecía programada con una calma de origen incluso espeluznante, resultaba cuanto menos chocante que lo desconocido prefiriera soportar el tormentoso temporal a resguardarse lo antes posible del mismo, y más abstrusa resultaba la evidencia de que en sus palabras no existía indicio alguno de sufrimiento o dolor tras el castigo físico de resistir una noche tan cruda como lo era esta. El enigma se hizo patente comenzando a brotar por mis venas, sin más miramientos, giré decidido la llave dispuesto a toparme con la criatura. Fue entonces cuando la madera que protegía las ventanas desde el interior, se enfureció repentinamente golpeándose tan fuerte contra los cristales que temí por la resistencia del vidrio en apenas unos segundos. El círculo ferroso que sostenía las herramientas de salida y entrada de cada recodo de la casa, salió disparado hacia las llamas. Corrí hacia él antes de que el hierro quemase demasiado como para hallarme encerrado en mi propio feudo durante unos minutos y logré mi objetivo con éxito, ahora no sólo el misterio me embriagaba, sino la curiosidad de descubrir el motivo de tanto afán en no ser descubierto… de momento. En cambio, incluso cuando conseguí abrir la puerta maciza, el desconocido ente se las apañó para eclipsarse, esta vez introduciendo con fuerza un vendaval que sin dificultad apagó las velas que colgaban de los candelabros y silenciando las brasas que repentinamente dotaron de oscuridad todo mi alrededor. Sé que no puedo culpar a ese ser de que manejara el viento, ni ninguno de los inusuales sucesos que tuvieron lugar en tan escaso tiempo, pero inconscientemente lo justifiqué al dueño de la voz melodiosa. Tal vez, porque no tengo otra forma mejor con la que razonar lo sucedido. Ahora me encontraba rodeado de mortuoria negrura, a pesar de que frente a mí sabía que se encontraba el bosque, solo el frío y el viento me acreditaban la evidencia, pues ni un ápice de luz quiso acudir en mi ayuda.

-Una hechicera me ha maldito, necesito su ayuda, no puede mirar todavía.

Sabía de sobra que si mis palabras la desterraban de mis terrenos, daría rienda suelta a la desafortunada e imbatible muerte de la que sería presa aquella criatura si la abandonaba a su suerte. Pero el miedo comenzaba a entumecerme los huesos, mi cuerpo estaba cobijando al frío por finas grietas de mi piel y la oscuridad en medio de aquel kilométrico desierto frondoso me hacía presa del pánico con el único deseo de cerrar la puerta que con tanto ahínco quise abrir en el pasado. Fue entonces cuando un trueno iluminó fugazmente la escena del horror. Pude mirarle a los ojos, unos ojos completamente negros, sin pupila ni iris. Solo unas esferas negras en las cuencas, tenía la cara cubierta de una apenas imperceptible capa de congelación, como si una segunda piel se tratase. Y no vi nada más durante ese trueno. El ente chilló y acto seguido busco entre la nocturnidad que nos cegaba mis ojos con sus manos, en un principio me quedé inmóvil, quería empatizar con él. Y luego cambié de opinión, cuando fui consciente de lo que sus uñas malolientes repletas de mugre ansiaban realizar, arrancarme los ojos para que no pudiera verle.
Me aparté asustado buscando tembloroso el pomo que me brindara la salvación, y comencé a tartamudear gemidos de horror cuando el sonido de las llaves se arrastraba alejándose de mí tras un portazo que enterraba la protección que buscaba.