martes, 26 de noviembre de 2013

La leyenda de Shabnan

  Se cuenta que hace años, cuando las dunas inundaban mentes abiertas al saber y la arena susurraba viejos cuentos con voz de mujer, una joven llamaba Shabnan acudía en la ayuda de todo hombre que necesitara iluminar con soluciones sus problemas.  Estos, en lugar de ser absueltos de sus preocupaciones con sabios consejos, se veían lanzados al abismo de la demencia absoluta, puesto que todos los que contemplaban los ojos de Shabnan, no volvían a ser los mismos que antes fueron, su poder era tan embaucador que los mortales llegaban a creer que la doncella les proporcionaba paz en su vida terrenal en lugar de ver la triste realidad.
  Viajeros errantes por los desiertos rezaban a su Dios para que Shabnan les guiara, pero no era nada fácil dar con ella, su existencia era comentada pueblo tras pueblo y sus palabras se transmitían entre generaciones, hombres poderosos caían rendidos ante su belleza incomparable. Muchachos humildes dotados con la juventud se vieron atrapados en las redes de la locura que suponía su presencia, que se grababa en la mente mediante recuerdos y en el corazón con sentimientos duraderos hasta el lecho de muerte. Sus apariciones eran tan escasas que se consideraban un milagro para quienes las presenciaban, como una gota de lluvia en el desierto.
  Pero ¿quién era Shabnan? Dicen que cuando vivía causaba el vacío de todo aquel que la rodeaba, numerosas veces se rumoreó que de ella surgía el miedo y el terror, que en su vientre se engendraban sentimientos tan oscuros como sus ojos. No obstante todas estas habladurías tenían lugar hace demasiado tiempo, cuando ella vivía. En la actualidad, Shabnan era un misterio, un espíritu, un ente del que no se sabía nada. De modo que para curiosidad del lector, contaré todo lo que buenamente sé de su historia. Cuando era de carne y hueso.
  Shabnan era portadora de una hermosura indescriptible, su cuerpo de mujer había sido dotado con la gracia de los genios. Las curvas que la moldeaban eran sutiles y sus movimientos eran ligeros y causa de infinitos suspiros masculinos. Su tez era marfil, del color de la arena blanca que ahogó las tierras en las que había nacido en los tiempos de la creación. Su pelo hallaba fin en la recóndita silueta de su cintura, bendita cintura para quien pudiera gozarla, y era tan negro, ondulado y brillante, que en sus cabellos parecía haber anidado la noche durante la eternidad y su mirada ser la guardiana de las dos estrellas encargadas de iluminar el cielo azabache que en su melena languidecía.
  A temprana edad los vientos barrieron la tranquilidad de su libertad con una proposición de matrimonio que nada tenía que envidiarle a esposas de millonarios mercaderes y negociantes. Era un matrimonio tan bienaventurado para su familia, que ni pudo, ni quiso oponerse a la unión. Para los pobres, la belleza de las mujeres jóvenes era la única moneda de cambio lo suficientemente apetitosa. Y para sorpresa de nadie, Shabnan era oro expuesto en subasta desde tiempo atrás, la mejor oferta fue acogida con gran alegría y aceptación.
  Una vez pasadas las celebraciones, los festejos y los contratos acordados, la ya proclamada mujer fue alojada en palacio, pues ella no había sino sido elegida como esposa del hermano del sultán, honor otorgado con pesar ya que el amor no inundaba el gozo que supuestamente debía surgir con el casamiento. Al comienzo, Shabnan asumía su carga fingiendo enamoramiento y admiración por su compañero, el cual veía todos sus deseos concedidos con la disposición de la que consideraba su súbdita.

  Una tarde, cuando Shabnan aún desconocía los rincones de la vivienda y descansaba en las comodidades de su habitación, se avivó la sed de curiosidad ante la inmensidad del hostal que la recibió. Levantándose de la cama envuelta en sábanas de seda y aprovechando la ausencia de su marido, se puso a investigar los lujos y misterios que aquellas paredes aguardaban. Al inicio se restringía a las zonas que fueron proclamadas de su propiedad pero sin darse cuenta había pasado a tener en sus manos una caja de música que nunca antes había visto. Lo extraño es que llevaba allí mucho antes que ella misma, y en cambio, no se dio cuenta de su presencia hasta el momento. Tenía grabados de significados ocultos, la lengua allí escrita era totalmente desconocida y a pesar de ello parecía embaucar oraciones a dioses oscuros que nuestras mentes ignoran. Las ventanas se abrieron con un gran estruendo, pero nadie afuera parecía haberlas escuchado, ráfagas de arena se adentraron en los aposentos y Shabnan cubrió sus ojos con el velo esperando calma. Estaba desconcertada, la caja de música parecía tener algo que ver. “No la abras”, se dijo para sus adentros. Y la abrió. Una canción tuvo comienzo, una canción con una melodía enigmática que no tenía comparación a ninguna otra; hablaba de familias maltratadas por la guerra, de cuentos de amor tan pasional como el deseo mismo, hablaba de historias tan tristes que daban ganas de quitarse la vida y lo más contradictorio era que no había letra alguna, solo música. Que sonaba incesante rebelando relatos. Cuanto más sonaba, más triste se sentía Shabnan, era tal el vacío y la soledad que aquella música te hacía sentir que es indescriptible con palabras. La joven continuó en su búsqueda, y encontrando recodos ocultos, halló en esa caja un trozo de pergamino que decía así:

  “Este manuscrito se encuentra maldito. Ahora que has abierto este protervo documento no habrá final…”

  Había más, muchísimo más por leer pero en las manos de Shabnan comenzó a deshacerse el fragmento del que se había apoderado. De entre sus manos se resbaló y cayó contra el suelo estallando en mil pedazos convertidos en arena negra al llegar a la superficie. Las ventanas volvieron a cerrarse con un golpe sordo y la muchacha se quedó petrificada por el miedo y el horror. La canción incesante no parecía tener fin en su mente y aturdida decidió salir de la habitación repleta de dudas y preguntas sin respuesta. Tras la puerta, se encontraba el visir, hablando con un criado cualquiera, una vez la conversación entre ellos tuvo fin, quiso acercarse a él para preguntarle donde estaba la biblioteca, quizá allí sus temores encontraban lógica.

-Perdone, visir… -murmuró Shabnan en un tono de voz tan bajo que en un principio no reconoció ni ella misma- Visir.

  Y el interrumpido se giró, generando un chillido agudo en la garganta de la joven. Al mirarle a los ojos, estos habían sido sustituidos por dos agujeros completamente negros que la observaban al mismo tiempo que la cabeza del visir giraba de un lado a otro lentamente.

-No habrá final. Final…Final… -pronunció el visir con una voz que no era la suya.

  Por sus ojeras, corrían dos lágrimas de sangre granate. Las cuales cayeron, como dos gotas de lluvia en el desierto.
  Cuando Nasim regresó a casa, hizo caso omiso de sus obligaciones y comenzó a caminar hipnotizado por un recorrido que le guiaba una melodía tan extravagante como el infinito, solo deseaba descubrir de donde procedía esa canción, a pesar de la tristeza y el vacío que se apoderaban de él a medida que sus oídos se embriagaban de música. Sin ser consciente, llegó a la puerta de su cuarto y al abrirla, encontró a Shabnan postrada en la cama, con los ojos cerrados y empapados en sudor.

-La melodía proclama tu muerte, querido Nasim. –musitó Shabnan la expresión tan débil que parecía proceder de su último suspiro-. Lo he visto en los ojos del visir, estamos malditos. Al igual que esa caja de música.

  Nasim se quedó en silencio ante la terrible imagen que su mujer daba, su piel que tan reluciente era a diario, se había vuelto verdosa y sus manos parecían las de una bruja que asesinaba sin piedad con sus garras. Parpadeó y todo volvió a la normalidad.

-¿Nasim? ¿Te encuentras bien? –preguntó Shabnan

-Pensé…pensé que tú…estabas…

  Shabnan entornó las comisuras de los labios como respuesta. Al hacerlo, unos dientes color tierra centellearon con el esplendor de una macabra y siniestra sonrisa que consiguió congelar la sangre de su amado sin esfuerzo.

-Tu vuelta ha logrado despejarme del terrible sueño del que era mártir.

-Será mejor que acudamos a cenar, se hace tarde.

  Nasim marginó este suceso como un caso aislado causado por algo que aún no se podía explicar así que decidió ignorar lo ocurrido y hacer caso omiso a la pesadilla vivida, regresando a la normalidad solía codearse orgulloso de la divinidad que en su amada relucía. Cada noche a la luz de las estrellas, le ordenaba vestirse con exquisitas telas hechas a medida por sus sirvientas, repletas de colores y formas que hacían perder la razón de cualquier mortal si eran puestas sobre Shabnan. Los vivos tonos que la vestía hacían relucir la impoluta piel ocre y la bisutería puesta en ella parecía adquirir más valor y brillo que en cualquier otra mujer. En su frente y cabello múltiples piedras preciosas resaltaban su mirada penetrante, que era clavada en el pecho de su marido cuando comenzaba a bailar al son de la música, contoneando una danza que hechizaba cada vez con mayor intensidad. A medida que pasaban las lunas, el hechizo parecía oscurecerse más y más.
  Si al principio este ritual surgía del simple capricho y deleite del hermano del sultán, poco a poco fue convirtiéndose en una necesidad, hasta el punto de causar ira en el humor de Nasim si no era espectador de los movimientos influenciados por la música de Shabnan. Los rumores fueron propagándose por palacio, decían que el aura negra que desprendía Nasim solo desaparecía por las noches, el miedo surgió con la maldad que difundía su mirada, la ausencia de vitalidad le consumía sin piedad día tras día y las notas no dejaban sonar.

-¿No la oyes? –preguntó Nasim de madrugada a su mujer puesto que esta música no le permitía descansar- Antes, apenas sonaba, en cambio ahora me extraña que en palacio nadie diga nada. Al anochecer empieza…cada vez más fuerte, martilleándome el cráneo incesante.

  Creyéndose ignorado, pensó que Shabnan se hallaba en profundo letargo, así que apartando las sábanas, se puso en pie levemente mareado. Al abrir la puerta, comenzó a atravesar un pasillo que nunca antes le había parecido tan eterno.

-¿Nasim? ¿Qué hora es?

  Volviendo la vista atrás pareció encontrarse con la voz de Shabnan, pero sus ojos le ofrecían una vista tan nublada que difuminaba la silueta de su esposa, quiso acercarse rápidamente puesto que las piernas le flaqueaban por segundos, pero la falta de fuerza hizo ahínco y se vio obligado a caminar apoyando los brazos en las paredes.

-¿No ves el reloj, Nasim? Fíjate en la hora, amado, es la hora de tu muerte.

  Deseando encontrar refugio en los brazos de Shabnan, se sobrepuso a la dificultad que su cuerpo le instalaba en los huesos. Avanzaba torpemente hacia ella, la preciosa e inconfundible Shabnan que tanto adoraba, los párpados caían con el peso del plomo cada vez que cerraba los ojos y el hipnótico sueño estaba más y más cerca. Un sueño en su mente, un desmayo mortal en la realidad. La canción continuaba y no había final en ella…”No habrá final”

-Todo por culpa de aquella caja de música que aceptaste en ese trueque, Nasim… ¿Te acuerdas? Hiciste un trato…

-Ayúdame Shabnan…

-¡CUMPLE TU PARTE! Este olor a muerto que desprendes me provoca nauseas, cumple tu parte o esa canción nos matará a todos.

  Con cada nota la boca de Nasim se secaba cortándole los labios, la saliva se hizo hielo y hablar era un esfuerzo de coste muy elevado. Intentó recordar, buscarle el sentido a lo que le estaban diciendo, pero su preocupante estado se lo impedía, solo podía limitarse a pedir auxilio.

-¿Dónde está mi Shabnan? ¿Dónde…estás?

-Señor, despierte.

  Unos brazos fornidos le rescataron del lapsus, ahora no había nadie allí excepto él y el guardián que le estaba ayudando, el pasillo volvió a su normalidad, las figuras decorativas eran nítidas y claras y a pesar de no haber recuperado la fuerza y la estabilidad, solo sentía un molesto dolor de cabeza ¿Y Shabnan? ¿Era real aquello que había visto? Cada día era consciente de la terrible imagen que daba en el espejo, estaba horriblemente deteriorado, parecía un anciano profundamente deprimido, seguramente su mujer llevaba la razón…todo se debía a esa caja de música que nunca se detiene. Esa caja de música fruto del trueque, cuando hizo un pacto irrefutable, hace muchos años. Demasiado tiempo atrás, los recuerdos resurgieron en la memoria tan borrosos que resultaba complicado entrelazarlos.

“-Esta caja de música es para ti, perturbado Nasim. Te la regalo, es tuya, su música te dará lo que deseas, el poder que te ha sido arrebatado por tu hermano el sultán. Todo pasará a ser de tu propiedad, como esta caja, solo tienes que abrirla y su música hará el resto. Sí, de todo se encargará ella. A cambio…a cambio prosaico Nasim, tendrás que asumir las consecuencias de su liberación
-Nada puede hacerme una simple caja de música, acepto con gusto el trato.
-Está bien, solo deberás seguir las órdenes que están escritas en su interior. Un manuscrito que has de encontrar, siguiendo las normas escritas, puede que salgas ileso de este compromiso, no me hago responsable si los mandatos se transforman en arena al cogerlos. Te deseo suerte, Nasim. La suerte es como una gota de lluvia en el desierto ”

-¡Shabnan! ¿Dónde estás?

-¿Shabnan, señor?

-Sí, quiero verla. Es una orden. Deseo verla de inmediato.

  El guardián se alejó tras la súplica de su superior. A lo lejos Nasim pudo escuchar:

-Mi majestad el sultán, su hermano acaba de exigir que Shabnan se muestre ante él, como no sabía de qué modo reaccionar, pensé que buscarle sería la mejor opción.

-La fiebre es demasiado alta, vaya y dígale la verdad. A este paso los demonios de las enfermedades se apoderarán de su cuerpo hasta matarlo. Ya es la tercera semana que pregunta por ella.

-Entendido, majestad

  Las puertas del cuarto de Nasim volvieron a abrirse por completo, dejando paso al vigilante que previamente había marchado a pedir consejo. Con cierto nerviosismo, el ruido de su armadura fue finalizado cuando este se sentó frente a la cama que custodiaba al enfermo.

-¿Y bien? ¿Dónde está mi mujer? Ella me ayudará a detener el conjuro de esa caja de música infernal.

-Señor, Shabnan no sigue entre nosotros…Ella…falleció hace casi un año. Tuvimos que ponerle fin a su locura, intentó matar al visir y a usted. Murió. Está muerta.

“Shabnan murió”


  Y Nasim envejeció con la pena que ello conllevaba, las arrugas surcaban incansables su rostro y cada día recordaba el cuerpo inerte de su primera esposa, la única a la que amó. Y cada año acudía a donde reposaban sus huesos para rendir culto a su espíritu, deseando que su alma reviviera mientras entonaba su canción. La canción de Shabnan, la canción de la muerte. 

“Shabnan está muerta"