Tú, mi Cleopatra, que desorientas a todos tus fieles con
jeroglíficos indescifrables que conducen a tu templo en la Tierra. El faraón que
unifica el país de mis entrañas momificadas. Dime qué ves cuando sientes la
ausencia de tus amantes con cada amanecer, arrojada a las arenas de Egipto con
la compañía de un cortejo fúnebre que sólo existe en tu mente.
Guiado por El ojo divino, al contemplarte por vez primera en
tu trono de deidad extranjera, le
supliqué a Anubis que me condujera hasta el Reino de los muertos para
conseguir así tu corazón, ya que con vida nunca me creí capaz de semejante
hazaña. Y construí pirámides en tu honor, rememorando el epicentro de mis
motivos.
Nunca nadie llegó jamás tan lejos con tal de conseguirte, a
ti, a mi última reina del desierto. La más bella y fiera de todos los espíritus
encerrados. Tu mirada vacía me narra la soledad que habita en tus sábanas de
seda a pesar de la compañía que te brindan los hombres con la aparición de la
luna. Seamos nosotros esta vez quienes nos desplomemos en el sarcófago sagrado
de tu habitación en el más placentero de los rituales. Permite que los brazos
de Nut te abracen con sus alas de avestruz para desvanecernos entre las
estrellas cuando yo muera con esta despedida, pues sólo soy un ente que
sacrificó su vida a cambio de poseerte una noche. Deja este mundo para hallar en
el más allá lo que aquí no has encontrado, si decides cruzar conmigo, volaremos tan alto que ni la furia del Nilo
podrá alcanzarnos.