sábado, 18 de enero de 2014

Expresión boreal

  Aquella mañana empezó como todas las demás prácticamente desde que entraste en mi vida. El tráiler que anticipaba tu llegada no era más que un ruido seco del choque de la puerta de nuestro cuarto contra la pared, pestañeos después, tu cuerpo pálido se hace presente en mitad del salón, con repetitivos movimientos zombis de criatura sonámbula que acaba de despertar y bostezos de una bestia encerrada en una estrecha figura humana. Y, como cada mañana desde que entraste en mi vida, tus ojos negros se clavaron en mí con esa expresión tan tuya que no expresa absolutamente nada, tan frecuente en ti, como si llevaras mil años en esa posición, hipnotizándome el alma. Haciéndome olvidar los gritos que nos invadían anoche. Haciéndome olvidar tus numerosas flechas letales con puntería perfecta a mi sobriedad, derribando los muros en los que siempre me protejo cuando son tus brazos los que me atacan y no los que hacen guardia de mis infiernos.
  El ruido de tus pies descalzos moviéndose por los azulejos fríos hizo que me desprendiera del perfume con el que me había engalanado para esperarte y soltarte mi discurso mental sobre todo el daño que nos hacemos. Tus párpados miraban cabizbajos la distancia que nos separaba, y las uñas púrpuras de tus dedos se acercaron más y más hacia mí, hasta que decidiste acomodarte sobre mis piernas, apoyando tu extensa melena azabache en mi regazo, creando ambiente ambiguo con tu permanente silencio inescrutable. Haciéndome olvidar tu rabia insaciable de destrucción.

  Aquella mañana empezó como todas las demás prácticamente desde que entraste en mi vida. Recordando todo aquello que me enamoró de ti, con solo ver tu ojos negros observándome con esa expresión tan tuya que no expresa absolutamente nada.