Corría esa época en la que Cuba era el paraíso tropical por
excelencia, ese tiempo en el absolutamente todos tenían alguna opinión sobre el
archipiélago, los extranjeros hablaban en sus tierras de origen sobre las
maravillosas (e inexistentes en su sociedad)
curvas de las exóticas mujeres que besaban con sabor a sal, los artistas
procuraban reflejar lo que a través de sus ojos obnubilados por mojitos parecía ser la musa perfecta para sus nuevas
creaciones, los medios de comunicación nos hacían creer que la felicidad era
nativa y que sus habitantes no eran oprimidos por una dictadura y pobreza que
hoy en día continúa arrasando con todos, menos para los que vienen de
vacaciones. El caso es que esta historia se sitúa en aquella época en la que
Cuba resultaba inolvidable por millones de razones para todo aquel que por un
motivo u otro, terminaba pisando sus playas.
Miguel, un prometedor periodista de: “El País” terminó
eligiendo La Habana como la presa de su próximo artículo. Nada más titularse
fue elegido como empleado en la actualmente reconocidísima compañía, desde
entonces, Miguel había tenido la enorme suerte de poder mezclar placer y
trabajo ya que sus reportajes trataban sobre sus incontables viajes por el
mundo narrando la magia que traspasaba las fronteras españolas. Y así, con un
taxi esperándole en el aeropuerto, una maleta en lo que lo único imprescindible
era la pluma y el papel y una nota en la que estaba apuntada la dirección del
hotel en el que se hospedaría con todos los gastos pagados, llegó. Con la
monótona certeza de que al irse, este sería un viaje más al que sólo se le
habrá sumado otra mujer a la que no volvería a visitar.
De camino al: “Habana libre” el hotel en el que se alojaría
durante los próximos siete días, pudo sumergirse en lo que a primera vista era
un viaje al pasado, calles repletas de coches sacados de los años 50 circulaban
las lamentables carreteras de la capital, niños de aspecto humilde jugando en los callejones vestidos con ropa
que llevaba usándose tres generaciones seguidas siendo la imaginación el único muñeco
accesible a la situación económica de sus familias, casas tan antiguas y en mal
estado que la pintura cayéndose era su carta de presentación a pesar de que
todas y cada una de ellas tuviera las puertas abiertas para recibirte. Edificios
emblemáticos de arquitectura colosal que lograban fascinar al más escéptico
conseguían despertar los que eran los primeros desconciertos sobre
el contradictorio sistema cubano. Y de fondo, asimilando esta nueva
dimensión desconocida con el brazo apoyado a la ventanilla, el puro habano
comprado en España y la espalda posada en el asiento trasero del automóvil, esa
música cubana tocada con calma y arte, hizo de esta impresión inicial, una
bienvenida que jamás olvidaría.
-Hemos llegado a su destino, compadre –advirtió el conductor
de color canela y rostro entrado en años al mismo tiempo que detenía el
vehículo en la ostentosa fachada del inmueble para poder bajarse y hacerse
cargo de las maletas y enseres que daría a su dueño y seguidamente este,
confiaría al botones del hotel; uniformado que esperando propina; procuraría ser lo más amable y cordial que le
fuera posible.
-Tome, quédese con el
cambio –dijo el periodista sacando de la cartera un billete que teniendo en
cuenta el sueldo promedio de un trabajador de la isla, tendría para darse el
resto del día libre.
-Si tuviera clientes como usted a diario, podría mantener a
tres amantes tan hermosas, que eclipsarían a las bailarinas del mismísimo
Tropicana.
Un ostentoso y
gigantesco vestíbulo repleto de plantas tropicales que habitaban en cada rincón
de las instalaciones, lograban darte una sensación de calidez que en pocos
hoteles puedes percibir y fue al traspasar la entrada, cuando tras nueve horas
de viaje, tuvo consciencia de que al fin podría descansar hasta que la noche
despertara. En una entrada de suelos
relucientes, columnas cilíndricas de azulejos diminutos y fuentes de agua,
estaban las mesas al más puro estilo de las licorerías clandestinas en plena
ley seca junto a cómodos sillones de cuero en los que visitantes dueños de
enormes fortunas, leían cada mañana la prensa con trajes claros y sombreros a
juego, cómo gánster que creaban dinero por medio de negocios a la altura de su
reputación.
Y así sucedió, que al ordenar sus pertenencias en la que era
ya su habitación, esa cama en la que cabían irreprochablemente tres personas
más, dio cobijo al sueño y con este, se despidió la luz del sol para dar paso
al ritmo de la guajira que le despertó horas más tarde. Poniéndose nuevamente
la camisa que con anterioridad había colocado sobre la silla del escritorio, se
asomó al balcón que daba al precioso restaurante al aire libre con las
irrepetibles vistas del corazón de la ciudad sobre el horizonte. Un restaurante
que ya había comenzado su tanda de cenas y que con el sonido de una orquesta
con olor a café, conseguía que todos salieran satisfechos.
De modo que, atraído por este ambiente único que sin duda
era el idóneo para dar rienda suelta a su inspiración, cogió papel y bolígrafo
y, sin olvidarse de su paquete de cigarrillos sin filtros, bajó a pedir un vaso
del mejor ron cubano que le pudieran servir en cuanto pudo conseguir una mesa
en la que sentirse cómodo junto a las musas.
Ella en cambio era conocedora de la auténtica Cuba que la
vio nacer tiempo atrás, en ella no existían esos hoteles que todos los turistas
guardaban en sus fotografías, ni tampoco la barra libre repleta de exquisiteces
a la hora de cenar, la sonrisa de los nativos escondía más desgracias que un
simple baile al ritmo de la música a los ojos extranjeros, y el dinero se
buscaba en actos encubiertos en lugar de en la cartera repleta de billetes
ahorrados para las vacaciones.
Allí estaba ella, en plena nocturnidad caribeña, escuchando
como a lo lejos un grupo de músicos se ganaba la vida dignamente contemplando
como la vida que desearían la llevan otros y no ellos, tocando para olvidar sus
penurias deseosos de conseguir propina suficiente para pagar la renta. A las
afueras del hotel que hospedaba a cientos de hombres a los que se veía obligada
a embaucar como cada anochecer, con los labios carmesíes y los ojos
ensombrecidos para maquillar las penas que no conseguía olvidar. Sus curvas
escasamente morenas conseguían que con el sencillo hecho de pasear, despertaran
los instintos más primarios de cualquier afortunado que pudiera encontrársela.
Su melena azabache, hacía juego con la oscuridad que la acompañaba en horario
laboral y si su mirada lograba alcanzarte, ay, ahí ya eras esclavo de confirmar
el pago indicado, por si aún eras reacio a llevar a cabo el trato.
Fue en las puertas del recinto donde pudo echar el anzuelo a
ese hombre que sin saber su oficio, creyó tener el camino despejado
comenzando así un desfase de palabras que hablaban mediante miradas. Él, con el
puro en la boca y el vaso en la mano, continuaba inmóvil apoyado en la pared.
Con la certeza de ser el cazador y no el cazado como tantas otras veces, con su
poesía remitida a más de una y su función memorizada de tanta usarla. Ella, con
una falda de escasos centímetros y una elegancia innata, siguió el juego más
antiguo del mundo con la esperanza y el rezo de que esta vez fuera la última de
su vida.
-Pagaré gustoso la cantidad que me pida si a cambio acepta
ser mi guía de viaje –explicó el artista con una media sonrisa en los labios- Me
llamo Miguel, soy periodista español y necesito ayuda para ponerme al tanto lo
antes posible.
La hembra tomó la libertad de acercarse a él tanteando el
terreno. Con los tacones avanzando por una acera a medio terminar y una niebla
procedente de aquel que le había dirigido la palabra.
-No creo que le sirva de ayuda, los reportajes que hacen los
licenciados como usted, tratan sobre la cantidad de mojitos que sirven en cada
bar repleto de extranjeros –aclaró a sabiendas de las intenciones que la
invitación escondía- En cambio, si lo que desea es escribir un artículo con el
que todos los cubanos nos sintamos identificados, debería venir a bailar
conmigo en los auténticos antros que ocultan estos callejones.
-Espero que merezca la pena su compañía.
-Le aseguro que no lo volverá a poner en duda.