domingo, 4 de mayo de 2014

Cuba linda

  Corría esa época en la que Cuba era el paraíso tropical por excelencia, ese tiempo en el absolutamente todos tenían alguna opinión sobre el archipiélago, los extranjeros hablaban en sus tierras de origen sobre las maravillosas (e inexistentes en su sociedad)  curvas de las exóticas mujeres que besaban con sabor a sal, los artistas procuraban reflejar lo que a través de sus ojos obnubilados por mojitos  parecía ser la musa perfecta para sus nuevas creaciones, los medios de comunicación nos hacían creer que la felicidad era nativa y que sus habitantes no eran oprimidos por una dictadura y pobreza que hoy en día continúa arrasando con todos, menos para los que vienen de vacaciones. El caso es que esta historia se sitúa en aquella época en la que Cuba resultaba inolvidable por millones de razones para todo aquel que por un motivo u otro, terminaba pisando sus playas.
 Miguel, un prometedor periodista de: “El País” terminó eligiendo La Habana como la presa de su próximo artículo. Nada más titularse fue elegido como empleado en la actualmente reconocidísima compañía, desde entonces, Miguel había tenido la enorme suerte de poder mezclar placer y trabajo ya que sus reportajes trataban sobre sus incontables viajes por el mundo narrando la magia que traspasaba las fronteras españolas. Y así, con un taxi esperándole en el aeropuerto, una maleta en lo que lo único imprescindible era la pluma y el papel y una nota en la que estaba apuntada la dirección del hotel en el que se hospedaría con todos los gastos pagados, llegó. Con la monótona certeza de que al irse, este sería un viaje más al que sólo se le habrá sumado otra mujer a la que no volvería a visitar.
 De camino al: “Habana libre” el hotel en el que se alojaría durante los próximos siete días, pudo sumergirse en lo que a primera vista era un viaje al pasado, calles repletas de coches sacados de los años 50 circulaban las lamentables carreteras de la capital, niños de aspecto humilde  jugando en los callejones vestidos con ropa que llevaba usándose tres generaciones seguidas siendo la imaginación el único muñeco accesible a la situación económica de sus familias, casas tan antiguas y en mal estado que la pintura cayéndose era su carta de presentación a pesar de que todas y cada una de ellas tuviera las puertas abiertas para recibirte. Edificios emblemáticos de arquitectura colosal que lograban fascinar al más escéptico conseguían despertar los que eran los primeros desconciertos  sobre  el contradictorio sistema cubano. Y de fondo, asimilando esta nueva dimensión desconocida con el brazo apoyado a la ventanilla, el puro habano comprado en España y la espalda posada en el asiento trasero del automóvil, esa música cubana tocada con calma y arte, hizo de esta impresión inicial, una bienvenida que jamás olvidaría.

-Hemos llegado a su destino, compadre –advirtió el conductor de color canela y rostro entrado en años al mismo tiempo que detenía el vehículo en la ostentosa fachada del inmueble para poder bajarse y hacerse cargo de las maletas y enseres que daría a su dueño y seguidamente este, confiaría al botones del hotel; uniformado que esperando propina;  procuraría ser lo más amable y cordial que le fuera posible.
-Tome, quédese  con el cambio –dijo el periodista sacando de la cartera un billete que teniendo en cuenta el sueldo promedio de un trabajador de la isla, tendría para darse el resto del día libre.
-Si tuviera clientes como usted a diario, podría mantener a tres amantes tan hermosas, que eclipsarían a las bailarinas del mismísimo Tropicana.

 Un ostentoso y gigantesco vestíbulo repleto de plantas tropicales que habitaban en cada rincón de las instalaciones, lograban darte una sensación de calidez que en pocos hoteles puedes percibir y fue al traspasar la entrada, cuando tras nueve horas de viaje, tuvo consciencia de que al fin podría descansar hasta que la noche despertara.  En una entrada de suelos relucientes, columnas cilíndricas de azulejos diminutos y fuentes de agua, estaban las mesas al más puro estilo de las licorerías clandestinas en plena ley seca junto a cómodos sillones de cuero en los que visitantes dueños de enormes fortunas, leían cada mañana la prensa con trajes claros y sombreros a juego, cómo gánster que creaban dinero por medio de negocios a la altura de su reputación.
 Y así sucedió, que al ordenar sus pertenencias en la que era ya su habitación, esa cama en la que cabían irreprochablemente tres personas más, dio cobijo al sueño y con este, se despidió la luz del sol para dar paso al ritmo de la guajira que le despertó horas más tarde. Poniéndose nuevamente la camisa que con anterioridad había colocado sobre la silla del escritorio, se asomó al balcón que daba al precioso restaurante al aire libre con las irrepetibles vistas del corazón de la ciudad sobre el horizonte. Un restaurante que ya había comenzado su tanda de cenas y que con el sonido de una orquesta con olor a café, conseguía que todos salieran satisfechos. 
 De modo que, atraído por este ambiente único que sin duda era el idóneo para dar rienda suelta a su inspiración, cogió papel y bolígrafo y, sin olvidarse de su paquete de cigarrillos sin filtros, bajó a pedir un vaso del mejor ron cubano que le pudieran servir en cuanto pudo conseguir una mesa en la que sentirse cómodo junto a las musas.

 Ella en cambio era conocedora de la auténtica Cuba que la vio nacer tiempo atrás, en ella no existían esos hoteles que todos los turistas guardaban en sus fotografías, ni tampoco la barra libre repleta de exquisiteces a la hora de cenar, la sonrisa de los nativos escondía más desgracias que un simple baile al ritmo de la música a los ojos extranjeros, y el dinero se buscaba en actos encubiertos en lugar de en la cartera repleta de billetes ahorrados para las vacaciones.
 Allí estaba ella, en plena nocturnidad caribeña, escuchando como a lo lejos un grupo de músicos se ganaba la vida dignamente contemplando como la vida que desearían la llevan otros y no ellos, tocando para olvidar sus penurias deseosos de conseguir propina suficiente para pagar la renta. A las afueras del hotel que hospedaba a cientos de hombres a los que se veía obligada a embaucar como cada anochecer, con los labios carmesíes y los ojos ensombrecidos para maquillar las penas que no conseguía olvidar. Sus curvas escasamente morenas conseguían que con el sencillo hecho de pasear, despertaran los instintos más primarios de cualquier afortunado que pudiera encontrársela. Su melena azabache, hacía juego con la oscuridad que la acompañaba en horario laboral y si su mirada lograba alcanzarte, ay, ahí ya eras esclavo de confirmar el pago indicado, por si aún eras reacio a llevar a cabo el trato.
 Fue en las puertas del recinto donde pudo echar el anzuelo a ese hombre que sin saber su oficio, creyó tener el camino despejado comenzando así un desfase de palabras que hablaban mediante miradas. Él, con el puro en la boca y el vaso en la mano, continuaba inmóvil apoyado en la pared. Con la certeza de ser el cazador y no el cazado como tantas otras veces, con su poesía remitida a más de una y su función memorizada de tanta usarla. Ella, con una falda de escasos centímetros y una elegancia innata, siguió el juego más antiguo del mundo con la esperanza y el rezo de que esta vez fuera la última de su vida.

-Pagaré gustoso la cantidad que me pida si a cambio acepta ser mi guía de viaje –explicó el artista con una media sonrisa en los labios- Me llamo Miguel, soy periodista español y necesito ayuda para ponerme al tanto lo antes posible.
 La hembra tomó la libertad de acercarse a él tanteando el terreno. Con los tacones avanzando por una acera a medio terminar y una niebla procedente de aquel que le había dirigido la palabra.
-No creo que le sirva de ayuda, los reportajes que hacen los licenciados como usted, tratan sobre la cantidad de mojitos que sirven en cada bar repleto de extranjeros –aclaró a sabiendas de las intenciones que la invitación escondía- En cambio, si lo que desea es escribir un artículo con el que todos los cubanos nos sintamos identificados, debería venir a bailar conmigo en los auténticos antros que ocultan estos callejones.
-Espero que merezca la pena su compañía.
-Le aseguro que no lo volverá a poner en duda.