sábado, 19 de marzo de 2016

El olvido solo se llevó la mitad

La fecha se acercaba, lentamente el reloj de su corazón aminoraba la marcha hasta decir adiós. Aquella era una decisión que no podía contradecir, los latidos eran libres de ir, venir y pararse cuando lo creyeran oportuno y cuando su salud enfermó, decidió aceptarlo con presteza y en silencio. La vista que recorrieron sus ojos durante su último letargo de vida fue la del cuarto en el que se marchitaría la flor de su humanidad. Rodeado de cuatro frías paredes grises pintadas de indiferencia y un techo bajo que prefería mirar hacia otro lado antes que a él. Postrado en la cama, veía a contraluz el paso del tiempo. A través de las ventanas, el candil del día traspasaba las persianas haciendo patente el transcurso del plazo, ansioso y voraz, como un silencioso e indoloro puñal clavándose en lo más hondo de su ser. Al amanecer, las volutas de polvo le hacían compañía y se acostaban junto a él sobre la manta a cuadros que le abrigaba. Por las tardes,  dormía hasta la mañana siguiente, el dosel de sus párpados le daba las buenas noches y los abanicos de sus pestañas canturreaban calmando su pesadumbre mortal. Un sol tras otro, las semanas se unían fundiéndose en meses y en aquella soledad moribunda, yacía sin más semblanza que la suya. Sin nadie a quien mirar con amor en su alegato vagabundo, sin ninguna mano que acariciar con dulzura hasta habérselo llevado.
"No quiero morir" Se decía al recordar su vida, larga y apasionada como pocas. Había recorrido mundo morando en aventuras que quedarían grabadas en el cielo de su gloria cantora. Había logrado amar hasta encontrar el amor verdadero y tras haberlo perdido. Consiguió querer y consiguió perdonar, y aprendió a perder tras haberlo ganado todo. Durante su juventud, sus labios anidaron en tantos puertos que creyó entonces haberlos conocido todos y en su vejez, galopaban las memorias de un ayer fortuito repleto de melancolía. Sus brazos estrecharon durante décadas cuantiosas amistades que juraron en el pasado lealtad y eternidad y que en este último aliento lo habían dejado solo, solo en aquel cuarto que le encogía las carnes con cada minuto que avanzaba en el reloj.
"No quiero morir" Pronunciaban temblorosas sus mejillas al hacer memoria. Su lecho lloraba con él,  pues su historia era tan triste como extensa y sus lágrimas tan amargas,  que las sábanas se volvían acongojadas para consolarlo con cada luna plateada. La pena incurable de su espíritu palpitaba en sus venas haciendo de su enfermedad un mal irremediable. Las sombras se extendían bailando con el viento y la muerte se dedicaba a contemplarle en su sopor tras las cortinas de esa habitación en la que la escasa vida que le quedaba, le acunaba con azucaradas canciones de cuna. Las estrellas, desde su palco espacial, oscilaban tiritando con cada sollozo, sus suspiros arañaban la oscuridad del firmamento volando hasta ellas, haciéndoles llegar su elegía nocturna, enterrados sus sueños bajo tierra, arrullados para siempre los ríos de su corazón resentido y abandonado.
"Esta agonía, esta congoja...pronto se irá. Pronto se me llevará, aunque no quiera morir"