viernes, 23 de enero de 2015

El corazón de la tierra

Si alguien lee esto, espero que se apiade de nuestros actos.
Ne'rahny, guíanos.

Allí estaban, llevaban semanas acampados en mitad del bosque, de nuestro bosque: "El llanto de sangre" Al menos una decena de hombres habían llegado a nuestras tierras sin preguntarse si quiera si el sitio estaba habitado, al parecer, dieron por hecho que el lugar carecía de presencia humana y a decir verdad, llevaban razón.

No nos consideramos como ellos, nuestra raza venera a otros dioses. Seres más crueles, reales y antiguos que los suyos. Nosotros nacimos en las entrañas de la montaña siglos atrás. Fuimos nosotros quienes vestimos a las llanuras con el velo de nuestros templos y quienes, mediante rituales grotescos, cubrimos el campo con elaboradas creaciones repletas de belleza dirigidas a los espíritus que continuamos alabando a pesar de nuestra desdichada trayectoria. Permanecemos a la espera de que nuestro destino cambie para regresar a nuestra época dorada, aquella en la que el sol iluminaba el arte con el que decoramos nuestro reino ahora en ruinas. Continuamos, a pesar del paso del tiempo, anhelando la era de nuestro máximo esplendor. Continuamos huyendo de "ellos" mientras cada noche imploramos a nuestras deidades que regresen junto a sus fieles, para volver a esparcir su divinidad y que ésta no caiga en el olvido. Nosotros vimos crecer a su estirpe, sedientay ambiciosa cuando ésta era solo un germen sin peligro. Nos mantuvimos al margen, observando su evolución desde la distancia, callados, sin dar a conocer nuestra existencia. Poco a poco, los niños que en un principio parecían indefensos, se convirtieron en soldados manipulados por líderes hambrientos de poder. Poco a poco, querían más. Y su número pasó a ser generosamente superior.  Sus aldeas pasaron a convertirse en ciudades de piedra y sus quebradizas armas se transformaron en espadas y escudos que defendían el honor de su Dios. Cada vez, estaban más cerca. Cada vez, se adentraban más en nuestros bosques. Nuestras plegarias rogaron la protección de nuestros creadores, nunca habíamos mantenido contacto con gente externa a nuestra civilización y no éramos capaces de imaginar la barbarie que estaba por venir. A la caída de la luna, las oraciones en lengua materna rugían con fuerza clamando el abrazo de la salvación, pidiendo que el cruce que habíamos evitado durante años, se mantuviera sin vernos obligados a desplegar una lluvia de flechas como nunca antes se había producido. Confiábamos en que nuestra especie no se viera sometida a la misma organización simétrica que los nuevos habitantes de la tierra: Ejércitos que caminaban hacia la muerte en perfecto orden y armonía. Albergamos esperanza, no conocíamos la guerra y pretendiendo ignorar la amenaza, sin darnos cuenta comenzamos a escondernos bajo la oscuridad del bosque. Cuando nuestro pueblo se sumió en la luz blanquecina del diamante estelar en el solsticio de invierno, nadie imagino que aquel sería el último anochecer de la era de los elfos. Cuando el sol surgiera en el horizonte al día siguiente,  iluminaría la era de los hombres. Con el favor del amanecer, aquellos mercenarios avanzaron con sigilo hasta encontrar nuestras aldeas, portando sobre sus armaduras el peso de nuestro exterminio. Los rayos resplandecían ahora en sus yelmos con el mismo brillo con el que antaño se vieron sumergidas nuestras construcciones y fue entonces cuando el temor penetró en nuestra sangre al ser conocedores de que respirábamos a la mismísima muerte.

Nos vimos obligados a dejar atrás nuestros hogares cuando el fuego de sus antorchas abrasó sin previo aviso nuestras ofrendas religiosas. Corrimos en mitad de la negrura sumergidos en un caos sin precedentes, los gritos y el desorden nos arrastraron al destierro que continuamos portando. Ellos nos arrebataron todo cuanto teníamos, todo aquello que tanto habíamos tardado en forjar, nuestra tierra, nuestros hijos, nuestro legado. Suplicamos misericordia, lloramos rodeados de miseria y a cambio, lo único que recibimos de nuestros dioses fueron cuerpos sin vida flotando sobre las aguas, tiñiéndolas con el rojo más desamparador. Nuestros sabios y maestros guiaron a nuestro pueblo alejándonos de las ansias de venganza y mientras, nuestros enemigos denominaro. n a este bosque como: "El llanto de sangre" haciendo ahínco en su memorable y heroica victoria. Nuestras dagas comenzaron a tomar un cariz diferente al de su función inicial de sobrevivir y cuidar el hogar y en nuestro corazón más oscuro, al recordar las tumbas de nuestros hermanos, crecía el odio más puro y ancestral, aunque muy pocos hicieron caso a su llamada.

Yo fui una de ellos, éramos poco más de una veintena cuando tomamos la decisión de abandonar lo poco que quedaba de nuestro reino, dejando atrás la tristeza y el pesar en el que se había asentado nuestra raza. Abandonando la huida constante, la inestabilidad y alimentándonos del deseo de regresar a aquel pasado en el que fuimos dueños de nuestro destino, embriagados de esplendor y magnificencia. Según los sacerdotes élficos, nuestra decisión sería considerada como traición a ojos de los dioses, seríamos castigados y del mismo modo en el que nosotros abandonábamos a los nuestros, ellos nos abandonarían a nosotros de forma irreversible. No nos quedaría nada, únicamente nuestra sed de justicia y a pesar de todo, nos mantuvimos firmes a nuestras deslealtad. Los humanos debían pagar por lo que habían hecho.

Ahora están frente a nosotros, dormitando en tiendas construidas en medio de nuestras tierras. Un círculo invisible desde su perspectiva les rodea. Nuestros arcos se tensan y en nuestros ojos corren las lágrimas del pasado. El viento se mece a nuestro alrededor, silba rozándonos, nos suplica que nos vayamos, que no somos como ellos. Es nuestra oportunidad de comenzar una guerra en la que moriremos con total seguridad o dejarlos ir y que forjen su futuro mediante senderos de cadáveres de sus semejantes. El corazón de la tierra se detiene.

Si alguien lee esto, espero que se apiade de nuestros actos.
Ne'ranhy guíanos.