miércoles, 10 de septiembre de 2014

Un vagabundo con su veneno

A veces tumbado en la cama observo sus andares, cómo su pelo se desliza por el movimiento del aire, cómo mueve su cuerpo al son de una música distante para mí y tan cercana para ella. Observo y pienso, que como los héroes antiguos, todo empieza con una mujer y termina con ella. Sintiendo que haga lo que haga, y dirija mi camino en diferentes rumbos, siempre al final estará ella.

  Siento que mis ojos se deslizan por su piel, cayendo en el embrujo de sus curvas, de su mirada inocente y a veces tan traviesa. Como un ángel con un demonio guardado. Cómo me hace sentir a veces tan confuso, y a la vez que no me importe nada, sólo su aroma y su presencia. Cómo sentirme tan débil ante sus caricias y su voz. Como un veneno que quema por dentro y acaba consumiendote en la más absoluta oscuridad, pero siempre estando ella en el último rayo de luz.

  Momentos en que tu cordura escapa de esa negrura y sintiendo el poder en tus venas, te alzas queriendo estar por encima de ella, intentando dejar claro que no sucumbirás a su magia, porque en el fondo sabes, que si se va, ya no queda nada más que un terrible dolor que recorre tus venas. No puedes permitirte ese miedo, así que gritas que sus conjuros de la noche no surtirán efecto en ti, que podrás dominar ese amor ponzoñoso que invade tu corazón, y al final, las sábanas son el testigo de la caída del hombre.

  Ya sólo comprendes, al final, que ante ella no puedes hacer nada, ante su poder, su mirada, sus caricias, tan sólo queda sumergir tu esencia con la suya hasta el fin de tus días.

Damián Perdigón.

Yo lo he vivido todo, tú apenas has vivido.

  Esta historia se remonta al invierno de 1994, cuando tu padre organizó una cena a la que, como cada año, me invitó.
Desde hacía décadas, tu padre y yo éramos muy buenos confidentes. En nuestra adolescencia quedábamos para emborracharnos en casa de quien estuviera sin progenitores y en nuestra juventud comenzamos a interesarnos por las chicas ideando un bienestar más duradero con ellas que al que estábamos acostumbrados. Nos conocimos en el instituto y nuestra relación se prolongó hasta la universidad tras la cual, nos separamos. Pero sólo en el terreno laboral ya que nunca llegamos a perder el contacto de forma permanente. Como iba diciendo, lo que te quiero contar podría remontarse a cuando tus padres decidieron casarse tras unos años de convivencia unidos como pareja estable, pero creo conveniente el resumirte toda la parafernalia y centrarme en la cena anual a la que siempre iba con pocas ganas, pero a la que acudía dada la importancia de la misma. Yo era y sigo siendo de los que prefieren beber recordando las travesuras y estupideces propias de la inmadurez si se trata de reencontrarse con viejas amistades, pero eso, ya lo sabes.
Recuerdo el ajetreo de gente al traspasar la puerta y la calidez de la hoguera flamante desde la chimenea. Casi una veintena de personas circulaban por la amplitud del hogar ajeno, aquello estaba abarrotado, no obstante, la felicidad y la monotonía de esta especie de cenas que únicamente se producen a lo largo de estas fechas, relucía más que las velas decorativas sobre los muebles, las lámparas que proyectaban su luz amarilla desde el techo y las guirnaldas cegadoras juntas. Se podría decir que era una escena conmovedora típica de las películas americanas de bajo presupuesto y como tal, al tocar el timbre, una espléndida ama de casa, tu madre, me recibió con una acogedora y elegante sonrisa de dientes blanquecinos ofreciéndome que le tendiera mi abrigo para guardarlo junto al resto. Y como el resto, decidí aceptar y sumergirme en el acogedor comedor repleto de un porcentaje de desconocidos mayor que el de conocidos. Y allí, buscando  rostros familiares con los que entablar conversación durante el picoteo, pude verte. Con los ojos entrecerrados buscando reconocerme con certeza, pues, debido a la engalanacion que todos se habían preocupado de obtener, no llevabas tus antiguas gafas de montura casi invisible y lucías un vestido granate a juego con tus labios perfilados. Parecías tan torpe buscando mi ficha en tu memoria sin foto por la que guiarte que preferí quedarme quieto para vigilar tus próximos pasos, era cómico ver el contraste de tu espectacularidad nocturna con esos movimientos reprimiendo si aquel a quien miras es quien crees que es. A todos nos ha pasado, pero tu ingenuidad disfrazada de adulta recién titulada, impactó sobre mi ser con el fulgor de un meteorito. Haciendo que cualquier gesto, por común que fuera, acaparara mis sentidos ahora ya centralizados en tu piel enfermiza brillando al chocar con ese tono escarlata de luto que llevabas encajado a tus curvas como una segunda epidermis. Corto, tan corto como tu edad. Tan intenso como tu carácter. De mangas largas acorde con la estación y de una tela que de lejos parecía terciopelo y una vez frente a mí, con tu breve y directo saludo, pude confirmar como tal.

-Hola Robb. Casi no te reconozco, me daba corte acercarme y equivocarme de persona, pero bueno, ya veo que no me será necesario el alejarme disimuladamente. -explicaste con una tímida sonrisa de niña que acaba de despertar en un mundo de mayores.

Yo sonreí, igual que tú. Pero como un adulto que acaba de despertar en un juego infantil. Tus rasgos delicados llevaban años transformándose a medida que dejabas atrás la pubertad, pero esta vez, tan cerca de mí a la luz de cables parpadeantes procedentes del árbol de navidad, habías cambiado. Ya no eras tú. Absorto en ti, al descubrir que tus ojos estaban enfocados en la plenitud de los míos esperando como mínimo un movimiento como respuesta tras tus palabras, preferí hacer como si continuaras siendo la hija de mi amigo, la que paseaba de un lado a otro con el teléfono en la oreja hablando con su mejor confidente al otro lado de la línea sobre chicos y ligues.

-Sam, cuanto tiempo -reconocí- ¿Cómo te va todo?

-No me puedo quejar, me ha salido un trabajo hace poco y estoy muy ilusionada. Creo que me renovarán ¿Y tú, qué tal?

Mal. A veces me daban ganas de ser totalmente sincero y decirle a alguien que estaba cansado de las broncas con mi antigua esposa, que mantenía mi empleo por comodidad y estabilidad y que me sentía constantemente agobiado por un sentimiento de soledad vertiginoso, quería dejar de fingir que todo me iba sobre ruedas con una seca sonrisa que todos pasaban por alto una vez terminadas las típicas cordialidades para reírme de la cara de idiota que pondría la gente con mi excesiva sinceridad sin filtro. Pero parecías tan llena de vida sin vivir, que aburrirte con mi cúmulo de años exprimidos era un acto que prefería evitar. De modo que, sin dejar de mirarte siendo consciente de que ya habías pasado a redimirte comiendo canapés en la espera, continué con la conversación.

-Sigo como siempre, nada interesante.

-Vaya, parece que las anécdotas las reservas para mi padre ¿eh? -entonces te decantaste por coger un par de copas de cava para los dos- A este ritmo, parecerás su hermano pequeño en lugar de su amigo de la infancia. El tiempo te trata bien, me alegro mucho.

-Agradezco tu sinceridad. -reí- Tú en cambio has crecido demasiado en lo que me han parecido meses ¿ Qué edad tienes ahora? ¿Veinte?

-Veinticuatro

-Parece que no soy el único al que el tiempo trata con respeto.

Bebiste entonces un duradero trago de líquido dorado como por impulso que te empujase a formular la siguiente pregunta. Yo lo veía, podía ver tus frases futuras ciertamente difuminadas haciéndose legibles a medida que pasaban los minutos entre nosotros.

-¿Te apetece que vayamos fuera a tomar un poco el aire?

Creo que en ese momento, me dieron ganas de besarte.

-Con este vaivén de gente ¿quién se negaría?

Salimos sin que nadie se fijara en nuestra pequeña incursión al jardín de la entrada, allí fuera la luna había absorbido toda la luz quedándose el resplandor para ella sola. Todo era negro, como una manta oscura tendida sobre la cúpula del cielo, decorada con pequeños puntos plateados tejidos al azar. La hierba que pisábamos estaba húmeda y el frío era estremecedor, buscaba refugiarse de sí mismo en cuerpos humanos infectados por el abrigo  del calor. Apenas hacías ruidos al  caminar, durante el trayecto hacia mi coche hubieron lapsus en los que no estaba convencido de que siguieras a mi lado, te camuflabas entre la noche y apenas giraba la cabeza en tu dirección dada mi frustración. Finalmente, me apoyé en la carrocería congelada del vehículo metiendo la mano en el bolsillo.

-¿Fumas? -dije ofreciendo la caja abierta de cigarrillos.

-Nunca me ha gustado la gente que fuma. -pronunciaste mientras te colocabas junto a mí.

Así fue como nos quedamos en completo silencio durante un buen rato infinito. Ignorando el invierno, vigilando el humo que desprendía mi absurdo vicio, tú con tu vestido granate y yo con mi americana de ocasiones especiales. No sé qué me llevó a mirarte y que tu sonrisa me resultara diferente a todas las vividas en el pasado. Quizá tu fragilidad, tu desconocida faceta de actitud firme y decidida, tal vez fuera mi crisis de los cuarenta o mi complejo de náufrago que necesita desesperadamente alguien con quien compartir lo que resulta que ha terminado siendo la vida. Yo lo he vivido todo y tú apenas has vivido.

-Recuerdo que de pequeña estaba enamorada de ti, siempre intentaba llamar tu atención ¿lo recuerdas? Dios mío, que vergüenza. Y en cambio ahora, míranos. Han pasado tantas cosas entre ese antes y la actualidad...Te has divorciado, he terminado los estudios, me he independizado, te has comprado un coche nuevo de segunda mano...

Continuaste hablando durante horas con complejo de minutos, contando el torrente de pensamientos que circulaban por tu mente juvenil. Me preguntaste dónde depositan las estrellas fugaces todos los deseos que les encomiendan y qué esconde la cara oculta de la luna, me dijiste que la música te hacía llorar cuando la invitabas a solas a tu alcoba y que tenías miedo a que tus sueños se quedaran pegados a las sábanas de tu cama, me confesaste tus ganas terribles de perderte en los confines del mundo y la envidia  que les tenías a los pájaros cada vez que los veías volar, me narraste tus planes de futuro y el vacío que te causaba el proyecto de una vida insulsa. Y te vi con tantas ganas de ondear los vientos sin paracaídas, que al verme reflejado en ti, mientras me contabas todo aquello con lo que me quedé con ganas de disfrutar durante mi infructífera vida, que me lancé sin pensarlo dos veces. Tiré al suelo la niebla nociva que escapaba de mi boca y me aventuré peligrosamente a tus labios, con ganas suicidas de cambiar el destino de forma irreparable y radical. Palpando tus mejillas a medida que tu electricidad lograba despertarme del  mayor de los letargos con sólo el roce de tus pintalabios y el frenesí de nuestros movimientos precipitados sin cobijo al arrepentimiento. Creo que en ese momento, nunca estuve tan seguro de algo. Las luces siguieron parpadeando en el interior de aquella casa, repleta de gente que disfrutaba de una velada navideña. Las conversaciones siguieron surgiendo entre ellos y los canapés seguían circulando. Pero tú, me miraste con esa mirada de querer pasar toda la vida conmigo y yo, como un tonto, me redimí a tus encantos de mujer.

Me preguntaste si recordaba el día en el que nuestros cimientos se tambalearon por culpa del otro y ya ves que sí. Ahora, sentados en este sofá pasados quince años, ya ves que aún recuerdo el momento exacto en el que el mundo giró por primera vez. Y a partir de ahí, no ha dejado de hacerlo, todo lo que vivimos después también lo recuerdo con claridad, a pesar de que en tu memoria ya no yace nuestra época de esplendor como la más reveladora de nuestros días. Ahora, con lágrimas en los ojos, me cuentas lo inolvidable que será para ti nuestra relación que, tras ocho años, paró el motor dejándome en la cuneta. Tú lo superaste y hasta me invitaste a tu boda con aquel tipo del que te separaste por tu enfermiza manía de sentir que no estar hecha para nadie. Deberías saber que aún sigo enamorado de ti, aunque creas que la libertad es sinónimo de soledad y que es obligatorio escoger entre ella y el amor, todavía te quiero. Sigues siendo aquella chica con los mismos sueños sin cumplir que yo.