viernes, 7 de noviembre de 2014

El señor Loghan

  
  El viento corría a través de las calles como aire superfluo liberado de cualquier tipo de barreras que pudieran impedir su carrera infinita e invisible. La mañana había despertado fría y gris, como la gran mayoría de días en aquella urbe habitada por individuos que caminan sin alegría en el alma, en un eterno invierno sin nieve que nos encierra en una rutina monótona sin sorpresas. La verdad es que, desde que he superado la infancia, en este sitio parece ser que el avance siempre transcurre del mismo modo, haciéndonos crecer únicamente para sustituir el papel de otros, llevar a cabos sus empleos, crear una familia, comprar una casa reformada en la que antes vivía alguien con nuestras mismas metas, embarcarnos en hipotecas que no sabremos si podremos pagar, madrugar, ponerle a tu hijo el abrigo antes de salir a casa para llevarlo al colegio...Lidiar con lo mismo con lo que tiene que lidiar el resto, ser esclavo de un futuro con el que habías soñado años atrás. Solo que en el real, en el que nos toca vivir, la brisa te azota con ligeras diferencias que no te esperabas cuando te atrevías a edificar el porvenir a los veinte.

Mi nombre es Brenda, aunque dudo que este dato sea relevante. Llevo viviendo aquí alrededor de dos décadas y las razones que me arrastraron hasta este sitio se limitan a que no soportaba continuar arraigada a mi pasado. Siendo adolescente decidí que no quería seguir donde me crié y el destino me llevó a una pequeña ciudad a pocos kilómetros, los suficientes para sentir que tenía las riendas de poder empezar de cero. Nunca me he casado, aunque en su día tuve una relación con la que pretendía hacerlo, como podréis suponer, las cosas no salieron tal y como las tenía previstas. Las discusiones se hicieron más y más frecuentes con el paso de los años hasta que finalmente terminaron por destruirnos. Desde que cruzó el umbral de casa por última vez, los rayos de sol apenas pasean por aquí. Nunca más le he vuelto a ver, también decidió que lo mejor era huir de su pasado, yo en cambio me quedé y el  tiempo transcurre entre días nublados y días lluviosos desde entonces. Cuando el frío llega, las mañanas me dan la bienvenida con una niebla tan espesa como el humo de un buen café recién salido de la cafetera o la humareda maloliente que sale disparada de los coches en las horas más concurrentes.

Lo único estable en mi vida, ha sido mi carrera como periodista. Un humilde puesto en el periódico local que me ha permitido seguir adelante sin ahogos económicos y sin grandes lujos. Y quizá conscientemente o no, ha sido mi trabajo el que me ha conducido hasta el día de hoy. El reportaje más importante que haría en toda mi vida, aún sin saber los que me depararía en los años venideros, esta certeza se hacía irrebatible por más que la pensara detenidamente. Había pasado decenas de noches sin dormir por culpa del significado que una responsabilidad como esta me hacía presa. A veces me replanteaba las preguntas de la entrevista, otras, buscaba despejarme para que el resultado no fuera tan cuadriculado. No sabía si estaba preparada para algo tan serio, a fin de cuentas, estaba acostumbrada a exponer críticas banales sobre la nueva obra de teatro que se llevaría cabo en el municipio o las incomprensibles obras públicas que quería emprender el ayuntamiento. Pero ahora, el matiz con el que antes miraba a los compañeros que solían cubrir este tipo de crónicas, me obliga a contemplarles con más respeto que en el pasado. Dejé la taza en el fregadero y cogí las llaves del coche preparada para lo que fuera a suceder una vez terminada la jornada.

El viento cruzó alborotado la acera antes de que pudiera llegar al vehículo azotándome el cuerpo sin escrúpulos. Subí acomodándome en el asiento y colocando una gran carpeta en la que guardaba todos los informes relacionados con el caso que me había absorbido últimamente en el puesto del copiloto. Tenía pensada la narrativa con la que daría comienzo mi artículo y estaba relativamente satisfecha con los borradores que había escrito hasta la fecha, había sido objetiva, dura y mordaz con el preámbulo. El trabajo de campo ya estaba realizado, había pasado semanas buscando antiguos testimonios redactados por la policía y los medios, tarea pesada si se tiene en cuenta que no era un caso actual y que hacía tiempo que tanto la sociedad como la ley lo habían enterrado en su memoria. La investigación realizada había sido ardua, pues por aquel entonces, todos los casos se hospedaban en montañas de archivadores en la espera de ser eliminados con la resolución del juicio. No obstante, lo más difícil empezaría a partir de ahora. Las noticias hablaron por aquel entonces de un homicidio premeditado llevado a cabo por un psicópata que había dejado sin aliento a todo aquel conocedor del crimen. Todo comenzó cuando un vecino vio lo que aparentemente era un animal descuartizado en las vías del tren, el testigo, alarmado, llamó al cuerpo de policía explicándoles lo que había presenciado. Los rumores comenzaron a expandirse por la pequeña localidad dando lugar a rebuscadas sospechas que finalmente vieron la luz en boca de las conclusiones oficiales: Aquel cuerpo, desmembrado y bañado en sangre, se trataba de una mujer de mediana edad de la que desconocían todavía la identidad. Tenía la piel marcada con numerosos golpes que le habían fracturado diversos huesos y desgarrado varios músculos, el rostro parecía haber sido quemado por algún tipo de ácido que el mismo asesino había producido y las manos de la joven carecían de uñas ya que al parecer, habían sido arrancadas de la piel. Y eso, sólo eran las primeras conclusiones. Más tarde se descubrió que la mujer estaba encinta y que el feto había sido apuñalado múltiples veces por, según palabras textuales del culpable: “Si esa zorra pensaba que iba a librarse por estar embarazada, estaba muy equivocada”

El cielo estaba encapotado por su habitual séquito de algodón grisáceo y no presentaba indicios de que el panorama fuera a cambiar a lo largo del día ¿Aquel hombre habría cambiado desde aquel entonces? Cuando le pedí permiso a su abogado para que me concediera una entrevista, el acusado aceptó significativamente alabado por el interés que seguía suscitando con el paso del tiempo. Sus modales y sus formas, a partir de su captura, pasaron a ser sumamente cuidadosos y respetuosos, incluso cuando sus posibilidades de salir airoso de su pecado se vieron reducidas a cero, se mostró sonriente ante el jurado que le había declarado culpable. Aquella demoledora declaración sobre el embrión que crecía en el vientre de su esposa, fueron las únicas palabras malsonantes que profetizaron sus labios. Desde entonces, había habitado pacientemente en su celda sin ningún altercado digno de mención, mientras que tras las murallas de prisión, la conmoción y la información se enfrentaban cara a cara para conseguir la mejor exclusiva. No se me ocurre justificación alguna para responder coherentemente al cambio radical de actitud de ese hombre.

Al llegar, cerré con un golpe seco la puerta y observé la fachada que me ofrecía aquel sitio alejado del incesante ruido urbano. La sangre circulaba más deprisa de lo habitual de sólo pensar que en unos minutos iba a mirar a los ojos a una persona de semejante calibre ¿Su mirada podría derrumbar la seguridad con la que pretendía mostrarme? Debía ser fría, no mostrar ningún tipo de conclusión personal, ni mantener cualquier clase de contacto. Cogí el bolso, los archivos y la grabadora y mirando al suelo me dispuse a avanzar procurando concentrarme únicamente en el sonido de mis tacones pisando el asfalto. Sin darme cuenta, comencé a sudar, el corazón había invadido con su latir el pulso de mi cabeza y ahora resonaba en mi interior como una bomba impaciente. Traspasé las pesadas puertas de hierro y saludé a los guardas que me daban la bienvenida, mostré mis pertenencias y me condujeron hasta el habitáculo de visitas, con el famoso cristal y el teléfono que permite comunicarse con el susodicho que espera al otro lado. Respiré profundamente antes de tomar asiento y dejé sobre la mesa aquello con lo que había venido cargada. Lo tenía a centímetros de mí, si no fuera por la barrera de vidrio transparente podía incluso oler su aroma, era estremecedor. Le miré fijamente, después miré mi grabadora y la encendí dispuesta a terminar esto cuanto antes. El corazón se me había acelerado más todavía al ver sus pupilas sobre mi rostro, no iba a irme cuando había llegado hasta aquí y tras un silencio nervioso e incierto, estaba preparada para comenzar.

-Buenos días señor Loghan, como ya habrá supuesto, he venido para conocer su punto de vista sobre lo sucedido en lo concerniente a su mujer hace veinticinco años” Ese era el discurso de presentación, y en su lugar apenas pudo entenderse un:

-Hola, papá.