El viento corría a través de las calles como aire superfluo
liberado de cualquier tipo de barreras que pudieran impedir su
carrera infinita e invisible. La mañana había
despertado fría y gris, como la gran mayoría de días
en aquella urbe habitada por individuos que caminan sin alegría
en el alma, en un eterno invierno sin nieve que nos encierra en una
rutina monótona sin sorpresas. La verdad es que, desde que he
superado la infancia, en este sitio parece ser que el avance siempre
transcurre del mismo modo, haciéndonos crecer únicamente
para sustituir el papel de otros, llevar a cabos sus empleos, crear
una familia, comprar una casa reformada en la que antes vivía
alguien con nuestras mismas metas, embarcarnos en hipotecas que no
sabremos si podremos pagar, madrugar, ponerle a tu hijo el abrigo
antes de salir a casa para llevarlo al colegio...Lidiar con lo mismo
con lo que tiene que lidiar el resto, ser esclavo de un futuro con el
que habías soñado años atrás. Solo que en
el real, en el que nos toca vivir, la brisa te azota con ligeras
diferencias que no te esperabas cuando te atrevías a edificar
el porvenir a los veinte.
Mi
nombre es Brenda, aunque dudo que este dato sea relevante. Llevo
viviendo aquí alrededor de dos décadas y las razones
que me arrastraron hasta este sitio se limitan a que no soportaba
continuar arraigada a mi pasado. Siendo adolescente decidí que
no quería seguir donde me crié y el destino me llevó
a una pequeña ciudad a pocos kilómetros, los
suficientes para sentir que tenía las riendas de poder empezar
de cero. Nunca me he casado, aunque en su día tuve una
relación con la que pretendía hacerlo, como podréis
suponer, las cosas no salieron tal y como las tenía previstas.
Las discusiones se hicieron más y más frecuentes con el
paso de los años hasta que finalmente terminaron por
destruirnos. Desde que cruzó el umbral de casa por última
vez, los rayos de sol apenas pasean por aquí. Nunca más
le he vuelto a ver, también decidió que lo mejor era
huir de su pasado, yo en cambio me quedé y el tiempo transcurre
entre días nublados y días lluviosos desde entonces.
Cuando el frío llega, las mañanas me dan la bienvenida
con una niebla tan espesa como el humo de un buen café recién
salido de la cafetera o la humareda maloliente que sale disparada de
los coches en las horas más concurrentes.
Lo
único estable en mi vida, ha sido mi carrera como periodista.
Un humilde puesto en el periódico local que me ha permitido
seguir adelante sin ahogos económicos y sin grandes lujos. Y
quizá conscientemente o no, ha sido mi trabajo el que me ha
conducido hasta el día de hoy. El reportaje más
importante que haría en toda mi vida, aún sin saber los
que me depararía en los años venideros, esta certeza se
hacía irrebatible por más que la pensara detenidamente.
Había pasado decenas de noches sin dormir por culpa del
significado que una responsabilidad como esta me hacía presa.
A veces me replanteaba las preguntas de la entrevista, otras, buscaba
despejarme para que el resultado no fuera tan cuadriculado. No sabía
si estaba preparada para algo tan serio, a fin de cuentas, estaba
acostumbrada a exponer críticas banales sobre la nueva obra de
teatro que se llevaría cabo en el municipio o las
incomprensibles obras públicas que quería emprender el
ayuntamiento. Pero ahora, el matiz con el que antes miraba a los
compañeros que solían cubrir este tipo de crónicas,
me obliga a contemplarles con más respeto que en el pasado.
Dejé la taza en el fregadero y cogí las llaves del
coche preparada para lo que fuera a suceder una vez terminada la
jornada.
El
viento cruzó alborotado la acera antes de que pudiera llegar
al vehículo azotándome el cuerpo sin escrúpulos.
Subí acomodándome en el asiento y colocando una gran
carpeta en la que guardaba todos los informes relacionados con el
caso que me había absorbido últimamente en el puesto
del copiloto. Tenía pensada la narrativa con la que daría
comienzo mi artículo y estaba relativamente satisfecha con los
borradores que había escrito hasta la fecha, había sido
objetiva, dura y mordaz con el preámbulo. El trabajo de campo
ya estaba realizado, había pasado semanas buscando antiguos
testimonios redactados por la policía y los medios, tarea
pesada si se tiene en cuenta que no era un caso actual y que hacía
tiempo que tanto la sociedad como la ley lo habían enterrado
en su memoria. La investigación realizada había sido
ardua, pues por aquel entonces, todos los casos se hospedaban en
montañas de archivadores en la espera de ser eliminados con la
resolución del juicio. No obstante, lo más difícil
empezaría a partir de ahora. Las noticias hablaron por aquel
entonces de un homicidio premeditado llevado a cabo por un psicópata
que había dejado sin aliento a todo aquel conocedor del
crimen. Todo comenzó cuando un vecino vio lo que aparentemente
era un animal descuartizado en las vías del tren, el testigo,
alarmado, llamó al cuerpo de policía explicándoles
lo que había presenciado. Los rumores comenzaron a expandirse
por la pequeña localidad dando lugar a rebuscadas sospechas
que finalmente vieron la luz en boca de las conclusiones oficiales:
Aquel cuerpo, desmembrado y bañado en sangre, se trataba de
una mujer de mediana edad de la que desconocían todavía
la identidad. Tenía la piel marcada con numerosos golpes que
le habían fracturado diversos huesos y desgarrado varios
músculos, el rostro parecía haber sido quemado por
algún tipo de ácido que el mismo asesino había
producido y las manos de la joven carecían de uñas ya
que al parecer, habían sido arrancadas de la piel. Y eso,
sólo eran las primeras conclusiones. Más tarde se
descubrió que la mujer estaba encinta y que el feto había
sido apuñalado múltiples veces por, según
palabras textuales del culpable: “Si esa zorra pensaba que iba a
librarse por estar embarazada, estaba muy equivocada”
El
cielo estaba encapotado por su habitual séquito de algodón
grisáceo y no presentaba indicios de que el panorama fuera a
cambiar a lo largo del día ¿Aquel hombre habría
cambiado desde aquel entonces? Cuando le pedí permiso a su
abogado para que me concediera una entrevista, el acusado aceptó
significativamente alabado por el interés que seguía
suscitando con el paso del tiempo. Sus modales y sus formas, a partir
de su captura, pasaron a ser sumamente cuidadosos y respetuosos,
incluso cuando sus posibilidades de salir airoso de su pecado se
vieron reducidas a cero, se mostró sonriente ante el jurado
que le había declarado culpable. Aquella demoledora
declaración sobre el embrión que crecía en el
vientre de su esposa, fueron las únicas palabras malsonantes
que profetizaron sus labios. Desde entonces, había habitado
pacientemente en su celda sin ningún altercado digno de
mención, mientras que tras las murallas de prisión, la
conmoción y la información se enfrentaban cara a cara
para conseguir la mejor exclusiva. No se me ocurre justificación
alguna para responder coherentemente al cambio radical de actitud de
ese hombre.
Al
llegar, cerré con un golpe seco la puerta y observé la
fachada que me ofrecía aquel sitio alejado del incesante ruido
urbano. La sangre circulaba más deprisa de lo habitual de sólo
pensar que en unos minutos iba a mirar a los ojos a una persona de
semejante calibre ¿Su mirada podría derrumbar la
seguridad con la que pretendía mostrarme? Debía ser
fría, no mostrar ningún tipo de conclusión
personal, ni mantener cualquier clase de contacto. Cogí el
bolso, los archivos y la grabadora y mirando al suelo me dispuse a
avanzar procurando concentrarme únicamente en el sonido de mis
tacones pisando el asfalto. Sin darme cuenta, comencé a sudar,
el corazón había invadido con su latir el pulso de mi
cabeza y ahora resonaba en mi interior como una bomba impaciente.
Traspasé las pesadas puertas de hierro y saludé a los
guardas que me daban la bienvenida, mostré mis pertenencias y
me condujeron hasta el habitáculo de visitas, con el famoso
cristal y el teléfono que permite comunicarse con el susodicho
que espera al otro lado. Respiré profundamente antes de tomar
asiento y dejé sobre la mesa aquello con lo que había
venido cargada. Lo tenía a centímetros de mí, si
no fuera por la barrera de vidrio transparente podía incluso
oler su aroma, era estremecedor. Le miré fijamente, después
miré mi grabadora y la encendí dispuesta a terminar
esto cuanto antes. El corazón se me había acelerado más
todavía al ver sus pupilas sobre mi rostro, no iba a irme
cuando había llegado hasta aquí y tras un silencio
nervioso e incierto, estaba preparada para comenzar.
“-Buenos
días señor Loghan, como ya habrá supuesto, he
venido para conocer su punto de vista sobre lo sucedido en lo
concerniente a su mujer hace veinticinco años” Ese era el
discurso de presentación, y en su lugar apenas pudo entenderse
un:
-Hola,
papá.