El otro día, saliendo
al diminuto balcón de mi ventana, pude contemplar los colores cálidos del otoño
en la naturaleza siendo esta invadida por la civilización humana en pleno
centro de la ciudad. Había árboles de hoja caduca inundando el suelo para así
hacer crujir los pasos de quien camina sobre ellas y restos de charcos ya
sucios y apenas húmedos por las aceras que hacen que el aire huela a tierra
mojada durante horas. Y así, obligando a mi mente a viajar por Babia al
vislumbrar el cambio que mis ojos al fin podían visualizar, me fijé en un
hombre decano que caminaba sin mayor pesar que el de continuar andando, y pude
despertar lo que mi memoria mantiene a salvo sobre tu recuerdo en él. Pude
entrever en su forma de caminar el tuyo, en sus ropas aquellas sobre las que me
pedías opinión antes de salir, y en su cabeza y piel ya no estaba ese hombre
sino tú, aquel al que siempre vuelvo a revivir en cuerpos desconocidos. Y la
tierra ya no olía a humedad, el aire estaba ya impregnado de tu olor, ese que
nunca se va, el que siempre vuelve y hace que mis ojos se llenen de esos
charcos sucios que creí secos al asomarme a mi balcón.
Comenzaron a caer las gotas de lluvia sobre mi rostro, y el
mar quiso hacerse inmenso sobre mi semblante. Ese señor no parecía darse cuenta
de lo que estaba pasando. En la calle todos parecían ignorarlo, cerré con
fuerza mi mirada en la espera de que fueran mis lágrimas las culpables de mi
pésima vista, al volver a abrirlos, las hojas ya se habían transformado en
copos de nieve, el viento soplaba con un frío que calaba los huesos y congelaba
las memorias de quien se atreviera a recordarte. Todos continuaban impasibles
ante los cambios, todos desconocían la cruda realidad, nadie se daba cuenta del
silencioso cambio de paisaje que se había producido en unos segundos por culpa
de ese hombre que andaba sin preocupaciones.
Ahora tendré que volver a pegar todas las ramas de árbol que
esta ráfaga de invierno se ha encargado de destruir, todo a la espera del
otoño. Este maldito otoño que es terriblemente frágil. Cuando creí que su
llegada era bienvenida, va y aparece ese señor, desarmando los pilares que
tanto me cuesta construir. Todo a la espera de verte con colores cálidos.