martes, 17 de diciembre de 2013

Hojas de nieve

   El otro día, saliendo al diminuto balcón de mi ventana, pude contemplar los colores cálidos del otoño en la naturaleza siendo esta invadida por la civilización humana en pleno centro de la ciudad. Había árboles de hoja caduca inundando el suelo para así hacer crujir los pasos de quien camina sobre ellas y restos de charcos ya sucios y apenas húmedos por las aceras que hacen que el aire huela a tierra mojada durante horas. Y así, obligando a mi mente a viajar por Babia al vislumbrar el cambio que mis ojos al fin podían visualizar, me fijé en un hombre decano que caminaba sin mayor pesar que el de continuar andando, y pude despertar lo que mi memoria mantiene a salvo sobre tu recuerdo en él. Pude entrever en su forma de caminar el tuyo, en sus ropas aquellas sobre las que me pedías opinión antes de salir, y en su cabeza y piel ya no estaba ese hombre sino tú, aquel al que siempre vuelvo a revivir en cuerpos desconocidos. Y la tierra ya no olía a humedad, el aire estaba ya impregnado de tu olor, ese que nunca se va, el que siempre vuelve y hace que mis ojos se llenen de esos charcos sucios que creí secos al asomarme a mi balcón.

Comenzaron a caer las gotas de lluvia sobre mi rostro, y el mar quiso hacerse inmenso sobre mi semblante. Ese señor no parecía darse cuenta de lo que estaba pasando. En la calle todos parecían ignorarlo, cerré con fuerza mi mirada en la espera de que fueran mis lágrimas las culpables de mi pésima vista, al volver a abrirlos, las hojas ya se habían transformado en copos de nieve, el viento soplaba con un frío que calaba los huesos y congelaba las memorias de quien se atreviera a recordarte. Todos continuaban impasibles ante los cambios, todos desconocían la cruda realidad, nadie se daba cuenta del silencioso cambio de paisaje que se había producido en unos segundos por culpa de ese hombre que andaba sin preocupaciones.

Ahora tendré que volver a pegar todas las ramas de árbol que esta ráfaga de invierno se ha encargado de destruir, todo a la espera del otoño. Este maldito otoño que es terriblemente frágil. Cuando creí que su llegada era bienvenida, va y aparece ese señor, desarmando los pilares que tanto me cuesta construir. Todo a la espera de verte con colores cálidos.