miércoles, 6 de noviembre de 2013

Exijo mi antifaz

  Llevaba dándole vueltas a lo que sería un relato ambientado en la Venecia del siglo XVII desde hace un par de días, ese cúmulo de belleza y magnificencia a lo que disfraces se refiere, ya, ya sé que lo que narraré a continuación no es su verdadero origen, pero aquellos nobles que se enmascaraban para mezclarse con el pueblo también eran libres por un día, de modo que la esencia de mis palabras queda a merced del lector.

  ¿Cómo de libertino sería ser quien pudieras ser durante una noche? Escapar de toda regla establecida por el gobierno, de todo juicio en el que nos hemos visto encarcelados por la sociedad desde prácticamente nuestro nacimiento, de toda ley que debemos cumplir por ser víctimas de la existencia, de cualquier castigo y obligación causada por nuestros actos, de comportamientos bautizados como correctos que sin apenas objeción acatamos para pasar desapercibidos y no crear conflictos. Sí, porque es verdad lo de que seguimos un camino establecido para que nuestra civilización sea dirigida con unos hilos que no pensamos en romper. Hasta en las nimiedades más estúpidas, ¿me equivoco? ¿Acaso no has dejado estar un tema para no seguir discutiendo sobre el mismo aunque estuvieras en desacuerdo?  ¿Acaso no has obedecido a tus padres en algo que va en contra de tus principios? ¿Has seguido los cánones de las modas? ¿Se puede saber dónde está la libertad en gestos tan sencillos como estos? Porque estos ejemplos son eso, ejemplos, pero seguro que si te pones a pensar puedes sacar conclusiones muy diversas sobre tu verdadera libertad, de la de que estoy más que convencida…más de una vez has deseado escapar. Pues bien, del deseo de huir de quienes nos obligan a ser, surgió una festividad conocida por todos: El carnaval de Venecia.
  Cuando las secretarias del rey pensaron que la nobleza debía mezclarse con la plebe y ser conocedores de la realidad de sus habitantes, el máximo poder organizó este acto repleto de esperanza, cubriendo de disfraces el cielo de su ciudad. Esta quedó sumergida en ostentosos vestidos repletos de detalles dorados y lujosas máscaras que escondían la identidad de aquel que las llevaba consigo, tal fue la acogida de esta jornada, que el evento no solo cumplió con su principal objetivo, si no que pasó a ser una festividad del pueblo. Fue el pueblo quien se dio cuenta de lo que podían cambiar en apenas unos días y no cesó hasta que tomó el control de la celebración…Y no fueron los únicos, Napoleón también fue consciente de los riesgos que suponía continuar con este libre albedrío, siendo entonces cuando por miedo a que conspiraran contra él, suspendió este baile de caretas. Hasta que la urbe pudo recuperar lo que se le había arrebatado: la capacidad de esconderse para ser libres.

  Y así, año tras año, rostros enfundados con cerámica son testigos del verdadero significado de autonomía, entre bebida que no sacia la sed de bocas ardientes, cánticos que despiertan los espíritus más somnolientos, reuniones que avivan la necesidad de descubrir por quienes estamos rodeados, danzas que sacan a relucir los más arcaicos deseos carnales y hasta con el sencillo hecho de pasear por calles húmedas y oscuras sin la preocupación de ser censurados, son capaces de realizar lo que nosotros no podemos, o no queremos, saborear. Es más cómodo quejarse de la opresión a la que somos sometidos, que luchar sin descanso en su contra. 

Se equilibra la balanza