martes, 24 de junio de 2014

La invasión de las estrellas

Estábamos tan borrachos anoche en mitad de aquel peñasco liso y gris, habitado por piedras y construido por rocas con vistas al mar, que el mejor recuerdo que me llevo de la madrugada de San Juan es ese en el que tú y yo nos quedamos tumbados a ras del suelo con el ansiado abrigo de una manta azul a rayas de franela con longitud eterna. Allí, en medio de aquel desolador paraje en el que nos habíamos quedado solos, estábamos los dos. En primera línea de océano, con los restos de multitudes que por arte de magia desaparecieron con la oscuridad de las hogueras. Sin brasas, ni gente, ni ruido. Ignorando la resaca que horas más tarde nos invadiría, continuábamos acostados el uno junto al otro, con tus brazos enredados en mi cuerpo y mis manos buscando tu rostro para fijarlo como objetivo certero del disparo de mis palabras. Yo, con mi pelo a lo Axl Rose, completamente enmarañado con un pañuelo en la cabeza y tú, con tus gafas y perilla de Johnny Depp hacíamos un dúo sideral de aspecto penoso víctimas del alcohol. Así, sin dinero en los bolsillos nos rendimos al descanso que nuestros cuerpos llevaban horas exigiendo. Tumbados en plena piedra con la piel manchada de tinta, tapados con una manta azul de franela, borrachos como cubas al filo del mar y bañados en un cielo negro que nunca antes había tenido la oportunidad de ver tan estrellado te dije:

-Ahora somos más fuertes.