miércoles, 9 de septiembre de 2015

Mir Da'len Somniar

En la ciudad portuaria de Eriva, los barcos conquistan los amaneceres repletos de especias, bebidas, esclavos y alimentos exóticos en busca del mejor postor. Famosa por ser la capital de los mercantes, cada mañana se reúnen antes de que el sol se ponga demasiado alto en el horizonte para reclutar el material que ofertarán a pleno grito durante la jornada. Pescado, infusiones, telas o amuletos, cualquier cosa imaginable está disponible en los multitudinarios y caóticos tendales que asaltan íntegramente la zona que horas antes sólo los borrachos se atreven a pisar debido a la alta criminalidad ligada a la madrugada. Aunque últimamente, los rumores de la escasez de hurtos y asaltos nocturnos es algo que va propagándose por los habitantes de la localidad. Algunos dicen que es gracias al aumento de guardias impuestos por el nuevo alcalde, otros afirman que toda preocupación es poca como para que nadie ande de noche a solas, sin embargo, muy pocos se acercan si quiera a la verdadera razón. Los únicos que saben el motivo son los asiduos a: “El Jabalí Tartamudo” La taberna más indeseada en varias comarcas a la redonda. Donde el olor a podredumbre humana es considerado ambientador regional y el barullo es melodioso para aquellos hombres que dormitan junto a sus jarras de cerveza, aferrados a su tacto como si de la más mullida almohada se tratara. Donde sensuales mujeres de mala reputación se ganan el salario siendo el único lugar en el que se las considera un miembro honorable de la sociedad y la música de los trovadores se funde con la narración de heroicas historias que nadie recordará a la mañana siguiente. Y es que, a pesar de estar calificado como el estercolero de la ciudad, lo cierto es que los acontecimientos realmente importantes siempre comienzan allí y esta vez, no iba a ser diferente.

-Quinientas  monedas de oro ¿alguno de nosotros verá jamás tanto dinero? –suspiró desalentada.

El chico rubio que la acompañaba sonrió cruzándose de brazos.

-Si alguno de nosotros es quien se lleva la recompensa, sin duda lo verá.

Ambos se miraron fugazmente mientras que la jovencísima, se podría decir que casi niña, muchacha, tomaba asiento en la plataforma de madera desde la que se podía ver la plenitud del piso inferior. Nadie allí dentro prestaba atención a lo que unos y otros hacían con sus vidas, todos reían y bebían hasta desfallecer, pocos viajeros eran lo suficientemente valientes como para hospedarse siquiera una noche y sin embargo, esta era la gente con la que convivía día a día.  

-No creo que ese sea el destino de ninguno de los dos –confesó encogiéndose de hombros, como si aquella posibilidad no fuera ni siquiera real y se tratase solamente de un sueño infantil con el que lo único que se consigue es perder el tiempo- Hay demasiada gente apostando.

Los labios masculinos de Zathrian que un comienzo habían traído una sonrisa burlona, le dedicaron una carcajada mordaz al escuchar semejante observación procedente de una lengua con tan poca experiencia. Entretenido con el inesperado giro de la conversación, se recostó sobre la pared dispuesto a averiguar  si el tema podría dar más de sí, y con la ceja arqueada y las piernas cruzadas, preguntó con tono burlón:

-¿Acaso no me ves capaz de lograrlo? Lo diez años que nos separan me han dado cierta ventaja en este juego y te aseguro que subestimas mis habilidades.

Unathe negó con la cabeza, ignorante de la broma que le estaban gastando.

-Nada de eso… Es sólo que no te imagino en otro sitio que no sea éste. Si ganaras tanto dinero, seguramente dirías algo como: “Con tantas mujeres bonitas alrededor, mi deber es quedarme”

Y de no haber tenido razón, el joven se hubiera reído, pero si por algo era conocido, era sin duda por su fama de conquistador. Todas las damas de Eriva e incluso de las afueras, habían visitado alguna vez El Jabalí Tartamudo esperando encontrarse con el  sensible y apasionado Zathrian. Nobles y descastadas, gordas y delgadas, ricas y pobres. Todas sucumbían. A priori, podría parecer que cualquiera podía describir las sábanas del susodicho, pero sólo aquellas de capital abundante, permanecían meses bajo ellas. A cambio, el secreto de su reputación quedaba sellado de puertas para adentro. Aún casadas y con hijos, la identidad de sus amantes nunca se llegaba a revelar y eso, era un secreto a voces.

-Mi hogar está dentro de estas cuatro paredes. Sé que es algo que no entiendes, pero mi corazón siempre estará aquí, por muy lejos que viaje, nunca sería tan feliz como en esta taberna –el varón hizo una pausa, por una parte deseaba evitar el tema, en cambio, su inestable honestidad le empujaba a dejar ver una incómoda verdad- Al igual que sé que odias vivir en este antro de mala muerte.

Zathrian miró hacia el lado opuesto, donde la contraluz se extendía por todo su rostro. El nudo que se le hizo en la garganta encerraba las palabras que tanto había reprimido desde que los caminos de ambos se cruzaron hasta convertirse en el mismo apenas un año atrás. Las ironías de hace un instante se habían esfumado, la seguridad que le caracterizaba se ahogó en la marea de pensamientos que ahora le inundaba la mente. La canción del bardo hablaba por los dos, absortos y ausentes en sus propios mundos.

-¿Recuerdas la noche en la que me encontraste? –susurró Unathe con un hilo de voz quebrada.

-Cómo olvidarla.

Las notas caminaban entre ellos entre silencio y silencio, como un torrente que les fuerza a continuar hasta el final. La mirada perdida de la menor fluía en la lejanía viajando hasta el autor de la música, esperanzada de que la poesía no cesara hasta que la luna viera un nuevo amanecer. Las recompensas habían pasado a un segundo plano insignificante, los trabajos mal pagados no tenían la más mínima importancia. Los negocios y tratos carecían de sentido.

-La nieve llovía sin cesar y mis dedos comenzaban a entumecerse. Nunca había visitado una ciudad, ni ningún sitio civilizado. Me sentía tan desamparada que pensé que me habían robado el alma. Lo único que tenía era mi arco, este arco que me recuerda que tuve un pasado antes de la taberna. Entonces apareciste arropado entre dos mujeres de arrebatadoras sonrisas y voluptuosos pechos y me condujisteis hasta un lugar cálido al que llamasteis la morada de la felicidad. Nunca había imaginado que la felicidad tuviera tan mal aspecto, pero el calor me resucitó lentamente hasta dejarme dormida. Cuando el sol del día siguiente me despertó en la alcoba en la que me dejasteis, tenía la intención de irme sin decir nada. Sin embargo, antes de comenzar a recoger mis pertenencias, algo me detuvo con brusquedad. Recordé el sonido de un cantar y la yema de unos dedos peinándome con dulzura, la ternura de mi madre diciendo que me protegería de la oscuridad de la noche hasta que mis ojos volvieran a ver la luz. Y a pesar de que su voz se apagó  años atrás al igual que la de mi padre y el resto de mi familia, las sílabas de aquella nana acudieron junto a mí, como en los viejos tiempos. Cuando mi clan se reunía alrededor de la hoguera a contar historias de los antepasados, antes de que sus cuerpos mutilados rociaran los campos y me quedara sola. Me crié con la aspiración de un pueblo que quería recuperar su historia perdida para recobrar aquello que consideran hogar. Me enseñaron que nuestro destino era el de rescatar las enseñanzas enterradas para sembrarlas en una nueva tierra que podríamos catalogar de nuestra. Toda mi vida, todos los míos, buscábamos un sitio al que poder llamar hogar. No obstante, algo más fuerte que la propia supervivencia me detuvo aquella mañana, sólo los nuestros conocemos esos versos que se citan en nuestra infancia antes de dormir y a pesar de todo pronóstico, tú o tal vez mi anhelo de encontrar a alguien, fuiste quien la entonó durante la madrugada, con la misma delicadeza que me arropaba cuando era niña. Me trenzaste el cabello y esperaste a que mi respiración fuera ligera para regresar a tus quehaceres. Fue entonces cuando supe que o mi clan había fracasado, o que bien había dejado de ser de los suyos. Porque fue entonces cuando supe que mi verdadero hogar estaba aquí. En la taberna. Contigo.

Zathrian lloró aquella noche porque por primera vez había sentido aquello que llamaban miedo. Siempre la cuidó como si de su misma sangre se tratase, un vínculo creció entre ellos como el más fuerte de los robles y aunque en ningún momento llegó a educarla o criarla, la joven aprendió a observar lo suficiente como para comprender las leyes que regían la frágil pirámide de los suburbios. Muchas de sus amantes la consideraban como a una hermana pequeña. Como de la familia.

Observó su pelo blanco y corto mecerse a la altura de sus orejas puntiagudas. Sus rasgos aún indefinidos, redondeados y suaves, como una brisa de primavera sin florecer. Su mirada frágil y vacía del color de las rosas. Habría matado por ella si hubiese corrido peligro alguna vez.

-Para ser tan pequeña, tienes un  pico tenaz, niña. No obstante, aún te queda mucho por aprender. Mi madre me dijo una vez: “En esta vida existen sólo tres tipos de personas: Los honrados, que carecen de suerte y por ello trabajan justamente hasta conseguir sus fines. Los ruines, que aun estando faltos de ella, no dudan en utilizar la totalidad de sus artes para atajar el camino hasta sus metas sean cuales sean las que se propongan. Y los pícaros, la casta más indispensable de la sociedad. Sin lugar a dudas, son la mismísima fortuna personificada. Dependiendo de a quien decidan servir, la balanza se inclinará a un lado u otro. Y esto, hijo mío, es el destino que obligará a un noble ser exiliado por miedo a que sus pecados vean la luz o la suerte que tiene en sus manos la caída del más ilustre heredero” Yo hice mi elección hace tiempo, decidí que éste es mi destino.

Las palabras caían como plomo, a pesar del tono aparentemente jovial del muchacho, era notable la falsa sonrisa que traía consigo. Se acercó despacio a su protegida y colocó las palmas de las manos sobre su semblante ingenuo  para poder verla más detenidamente. Para congelar su imagen. Para no desfallecer ante la despedida. Para besarla de una vez sin pensar en el dolor que le causaría en el corazón para el resto de sus vidas.

“Es hora de que elijas el tuyo”