jueves, 17 de diciembre de 2015

Rivales

-¿Realmente piensas que me voy a tragar ese puto farol? No seas gilipollas.

Ambos se miraron con la complicidad de quienes han pasado los mejores o peores años de sus vidas acompañados. Uno junto al otro, exhumando el mismo aire durante décadas, permitiendo que el destino los hiciera inseparables hasta que uno de los dos acabase muerto. Hasta que las circunstancias se hicieran tan insostenibles como para tener que morir. Uno junto al otro, hasta el día de hoy.

-Ya te lo he dicho, Joe, no seas tan desconfiado -respondió pronunciando cada palabra con la rapidez de un coral haciendo atletismo- Sabes tan bien como yo... que sería
incapaz de mentirte.

Una sonrisa socarrona y jovial sombreó su perfecta dentadura. La mueca de aquel hombre era como contemplar la caída de la acidez cítrica en la más dulce de las lenguas, y su efecto, como era de esperar, no tardó en propagarse en el interior del contrincante de aquel peculiar duelo de ajedrez. Los ojos del desesperado Joe se clavaron con fuerza incorpórea contra los de su rival, con el nudo en mitad de la garganta a punto de ahogarlo  y las cuencas saliéndose de sus rojas e hinchadas órbitas, por unos segundos el impulso irrefrenable de matarlo allí mismo, de arrastrar su cuerpo más allá de los confines de los infiernos y comerse sus tripas se apoderó de él.

-¿Qué ves más allá de mí mismo, querido? ¿Puedes verte?

-Déjate de rodeos -exigió dándole la espalda con brusquedad al mismo tiempo que se frotaba la cabeza con las manos empapadas en sudor- ¡Déjate de rodeos, joder!

-¿Te ves del mismo modo en el que yo me veo en ti?

La silla en la que segundos antes permanecía sentado el bueno de Joe se vio despedida contra la pared, dejando tras el golpe un silencio incómodo tras el que se escondía la sorna de uno y la impotencia demente del otro.

-Dime donde están.

-Deberías mirarte esos cortes, Joe, esa butaca estaba oxidada y te está sangrando la mano.

-Que me digas de una vez dónde están -ambos sabían que ésta sería la última de sus tertulias, la cuenta atrás de sus vidas hacía abriles que agonizaba entre ellos con extrema insensatez. Sus alientos perforaban el aire a velocidades contraproducentes, uno con la parsimonia serenidad de un vegetal y el contrario con el ritmo histérico de un corazón a punto del estallido final. -Te lo advierto, no habrá próxima oportunidad.

El crujido de una pistola helada relució presentándose a nombre de tercer invitado.

-Es gracioso que me lo preguntes a mí, Joe. A mí, tu mejor amigo. Tantos años juntos... Me decepcionas -admitió con suma tristeza- ¿Quieres saber lo que pasó realmente? ¿De verdad? Baja el arma y te lo explicaré, lo prometo. Juro que si dejas de apuntarme con esa cosa tendrás los detalles que tanto anhelas. Porque has de saber que yo también tengo una advertencia para ti y es que si aprietas el gatillo, te quedarás sin respuestas ¿no queremos eso, cierto? -Joe negó lentamente luchando internamente consigo mismo- Anda, no te hagas de rogar. Muy bien, ya has dado el primer paso, vamos progresando. Bueno ¿por dónde íbamos? Ya me acuerdo, querías saber qué ha sido de ellas. Lo cierto es que no sé que grotescas sospechas te han conducido hasta mí, pero sean cuales fueran no son del todo correctas. Ojalá nunca lo hubieras descubierto, a pesar de todo el esfuerzo que he puesto, mira donde hemos acabado. Uno junto al otro, hasta el día de hoy. Espera, querido ¿no pretenderás huir a estas alturas, verdad? Ahora que estoy a punto de dictarte mi codiciada confesión. No me amargues la gloria y guarda nuevamente el revólver ¿o es que acaso has recordado algo que ignorabas? Oh, ya veo. Ya lo has descubierto. Ya sabes quien soy yo. No temas, será nuestro secreto. Deja de apuntar al espejo, no querrás matarme de verdad ¿no? Para eso tendrías que apuntarte a ti mismo.






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