Mi
corazón está sangrando, una grieta desmedida atraviesa mi pecho
permitiéndole ver la luz del sol. La costra que lo encerraba se ha
partido en dos drenando todo lo que guardaba bajo las sombras, creo
que voy a morir, mis manos escarlatas buscan con desesperación algún
resto de humanidad. Lo único que dejan son huellas que jamás se
podrán borrar. Quiero llorar océanos bajo la tormenta de mi alma,
que mis lágrimas sean los rayos que bañan las olas que se agitan
furiosas imitando la impotencia de mi ser. Que la espuma blanca ondee
la orilla de tu piel esperando mi regreso tras la travesía sin rumbo
que emprendí carente de brújula. Que la arena abrace todo este
llanto que ocupa las profundidades de la tierra. Que el violento
sonido de esta noche se alce colérico hasta que esta herida detenga
este tortuoso dolor que me provocan los recuerdos y las nubes
encubran las pesadillas en las que habitas a partir de cada
medianoche. Tu voz truena dentro de mi cráneo susurrando versos que
se clavan como dagas envenenadas que penetran silenciosamente hasta
lo más hondo de mis entrañas. Tu mirada, triste como la luz de las
estrellas, supura la súplica de mi misericordia que sin piedad y
contradiciéndome, te niego con cada amanecer en el que no despierto
junto a ti. Separados, nuestros lamentos se encuentran en el averno,
los tuyos, una vez frente al maligno, imploran el olvido y los míos
deprecan la absolución. Tras este viaje sin retorno nadie nos guía,
las aves negras nos vigilan desde lo alto y nuestros cuerpos bailan
un rito satánico que nos abduce a un mar de dudas que no
responderemos.
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