-Deberías rehacer tu vida. Comenzar de nuevo.
Así fue como el
sonido salió al fin de su escondrijo, estaba tan centrado en su letargo, que la
chica que se encontraba frente él empezaba a mostrar su inconformidad con la
escena representada mediante el lenguaje corporal que se esforzaba en ocultar.
Antes, años atrás, no existía el silencio en los labios de Lena, pero el
inevitable reencuentro era ya un hecho y para nada había planeado algo tan
inverosímil en ella como un eterno mutismo sin presentación previa. Estaban
fallando sus facultades ante las adversidades. El tiempo de somnolencia que
pidió su antiguo ser no deseaba ser molestado y ante la reclamación a gritos
ensordecedores que su corazón hacía, su mente decidió realizar una vez más
oídos sordos. Su personalidad decidió madurar ante las desgracias vividas, y ya
no existía la vuelta atrás
El cazador se estaba auto acorralando en su
trampa. Eran tiempos distintos al comienzo, pero nadie lo debía descubrir.
-¿Acaso no te alegra mi vuelta? Tu rostro es serio, no
debería.
En sustitución a
cualquier tipo de respuesta Lena se limitó a dar un sorbo a su enorme jarra de
cerveza, la cual fue bajando su nivel poco a poco con ansiedad. Tras dejar
aquel recipiente, colocó las manos sobre la mesa de madera sucia y pegajosa que
escogieron entre todas las de aquel antro y mirándole fríamente pronunció:
-Ya, ya lo sé. -Einar
sabía que la joven no tenía intención de terminar la oración, al menos, en su
interior. De modo que fingiendo que no se estaba enterando de nada, ignoró la
pausa que se produjo entre los dos. –Tú, me salvaste de la devastadora guerra
entre vikingos que los dioses anunciaron desde los cielos del universo ¿tan
fácil es abandonarme a mi suerte en este miserable pueblo repleto de
aburrimiento?
-Me dijiste que deseabas la paz en las tierras nórdicas, y
te traje al lugar más remoto del que soy conocedor para que estuvieras a salvo
durante mi ausencia. No hay paz entre guerreros, solo sangre hasta la muerte.
-Las profecías no dicen lo mismo.
-Los brujos a los que acudes son pésimos observando el azar
al que nuestros soberanos dioses nos arrastran.
-Tú que sabrás de azar, no sabes nada, meditaste mi destino
alejado de tu solitario camino sin tener en cuenta mis fines ¡Tú eres el pésimo
observador! No contaste con que yo quería participar en esta pelea que aún
existe en las afueras. Siempre quise manejar una espada que mis antepasados
forjaron para futuras generaciones. Por ti, porque prefiero morir viéndote
luchar que vivir en la lejanía que supone tu tranquilidad. Elijo tu
preocupación por no poder protegerme a la angustia que le supone a mi alma el
sentarme en esta aldea a la espera de que te olvide.
-Eres el humano más egoísta con el que me he topado a lo
largo de todas mis vidas ¿Crees que puedes sobrevivir una vez arrojada a la
nieve? Las pieles no te salvarán, el frío y la humedad recorrerán todos tus
huesos, el hambre devorará no solo tu estómago, sino tu mente y estabilidad. El
sabor a hierro rojo sobre tus labios, se apoderará de tus dientes ahora sanos y
blancos. Una vez lanzada al campo de batalla, no habrá piedad alguna por parte
de tus oponentes, solo devastación. Cuando los diablos de la querella se
apoderan de nuestros espíritus, la valentía es un signo de demencia. Bien, -declaró tras un suspiro que procuraba
atraer la calma- ahora que al fin te han advertido de las oscuras realidades de
la guerra, recapacita tu seguridad en las declaraciones hechas, insolente.
-Me da igual. Mi confianza es permanente, piensas que con
esos escenarios me dominarás, no hay dominio que no sea el mío propio en mi
naturaleza. Bastante he hecho con esperarte aún con la incertidumbre de tu
regreso, solo te he esperado para hacerte conocedor de mis intenciones. Todas
ellas irrefutables.
-Sigues siendo igual de impertinente que cuando nos
conocimos. Sin duda, tu nombre hace eco en tu cuerpo. Tan indómita como el
fuego mismo, tan ardiente y escurridiza como las brasas. Siento lástima por ti,
todo aquel que se atreve a tocarte, acaba dañado. Me incluyo en la lista, pensar
que he hecho todo lo que está en mis manos por mantener tu vida en llamas,
lanzas con furia tu rabia hacia aquel que ha sido tu único compañero. Si
repudias la virtud de existir, renuncio a ser yo quien la guarde en tu
interior, si sueñas con que tu destino sea la muerte, no seré yo quien te
niegue la libertad de escoger. Pero…mantente a mi vera, quiero envolverme en la
calidez de tu último suspiro antes de tu marcha.
Continuará.
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